martes, 31 de enero de 2017

Fanses around de world

Un post de Balasero















No tenéis perdón de Satanás, ni vergüenza, ni escrúpulo alguno en dejaos asesinar, jajajajajaja. Sois unos hijxs de perra de tomo y lomo. Como a mí me gusta que seáis.

Estas 30 fotos representan una suerte de metáfora sobre la violencia con que esta sociedad fagocita con ansia viva a sus socios. Nos arrancaron la tierna inocencia a golpe de realidad, pero aún enrocados y duros, luchamos a brazo partido por seguir manteniendo calientes en el horno del corazón esos restos desmigados de idealismo. Somos la última frontera, los rebeldes, los irreverentes que os mirarán siempre con asco a los ojos.
Gracias a todos por haberos dejado embaucar en esta divertida transgresión de la vida misma. Por algo estáis en el Paraíso de las Balas, ¿no?.



 

lunes, 30 de enero de 2017

A Kemarropa

Un post de Balasero







La higuera

Un post de Catulopio
















Faltan cinco minutos para las doce. Mis sobrinos observan absortos los fuegos artificiales como si fuesen sueño y yo estoy lo suficientemente entonado como para no estar disfrutando de ellos. Mi viejo me mira y me hace una seña para que ayude a mi mamá con los regalos. Pensé en quejarme, para que vayan mis otros hermanos, pero a él nunca se le puede decir que no.

Entro en silencio, para que los nenes no se den cuenta. Mi vieja está arrastrando varias bolsas, todas con su respectivo nombre y moñito; no me contengo: busco mis regalos, revuelvo, pero no encuentro ninguno: tres para mi hermana, dos para mi hermano, para los peques hay infinidad de formas y tamaños, hasta mi viejo tiene su regalo, pero yo no. Algo dentro de mí se rompe, puedo sentir como todas mis partes laten en un dolor lo suficientemente fuerte como para alejarme de mi vieja, así no se da cuenta. Justo, entran todos y yo salgo al fondo.

En el centro del patio está la higuera, iluminada por los destellos del cielo. Me acerco sin pensar, estoy asustado. Mi abuelo me contaba que si el veinticuatro a las doce estás debajo de una higuera aparece el diablo y te concede un deseo. Sigo caminando, pero el miedo se transforma en incertidumbre. ¿Y si me lo cumple?, pienso. El costo es que te hace daño, recordé.

Estoy tan cerca que puedo ver una pequeña luz rojiza que, en un parpadeo, florece. Los pétalos paren lenguas que lamen el aire, tratando de encontrar la fuente de donde nacieron. Me apuntan.

Siento que a mis espaldas hay alguien, no me animo a darme vuelta.

—Podés pedir lo que quieras.

—Pero me vas a hacer daño.

—Es mentira. —Su tono es siempre el mismo.

—Pero…

—Pedilo —ordenó.

—Me gustaría no vivir más acá.

—Hecho.

Siento como su dedo acaricia mi hombro y todo aquello que está roto dentro de mí se arma, como si no me pesara más nada. Miro a mis pies, pero no los tengo. Puedo verme, parado debajo de la flor que en este mismo momento se marchitó. La gravedad no me afecta y cada vez estoy más lejos del piso. Hago fuerza para frenarme. Mi papá sale al patio, le grito, pero no puedo escuchar mi voz. Toda mi familia sale a ver que me pasa y ahí me enfoco en la higuera y en el cuerpo.

Detrás de mí no hay un diablo o un monstruo, solo una luz tan blanca que puede cegar hasta al mismísimo Dios, pero eso no puede ser, porque Él mismo no se haría daño.

La Isla - Capítulo 1 de 4 -

Un post de Marranenga. 
















La figura permaneció inmóvil durante horas. Oculta en la maleza, agazapada como un tigre, miraba a las personas desmayadas en la arena de la playa. Observando como la marea les mecía con suavidad, se mostraba paciente ante sus presas. Sabía que pronto despertarían, y entonces empezaría la juerga. Diversión de la buena.

Todos estaban tendidos sobre el suelo. Todos excepto uno. El hombre miraba al cielo desconcertado. No había hablado desde que despertase allí. Tenía la cabeza pelada, tampoco cejas o barba. La piel rosada por el efecto del sol estaba limpia de vello por completo. Aquel tipo extraño, de rodillas sobre el suelo, abrazándose con vehemencia y con la cabeza vuelta hacia arriba escrutaba frenéticamente el cielo azul. Buscaba pero no encontraba. Las olas le lamían las rodillas en cada nuevo avance, pero él con las manos crispadas, ahora sobre el regazo y ahora a los costados, era totalmente ajeno a su entorno. Solo miraba el cielo. Fue por esto que ni si quiera hizo gesto alguno cuando el hombre que estaba en la arena de bruces junto a él despertó. Este, algo más joven, levantó la cabeza desconcertado. Pronto entendió que salía de un largo trance, y ayudándose con las manos, se incorporó con pesadez. Notaba la boca pastosa. Moviendo la lengua acumuló saliva para después escupir un gargajo terroso. Echó un vistazo al rededor. No sabía dónde estaba. Notaba el cuerpo entumecido y la ropa húmeda. Miró al mar, brillante y tranquilo, pensó que no se parecía al que tenía en casa, pero cuando giró sobre sus talones dando la cara hacia la masa de arboles que parecía engullir la pequeña cala en la que se encontraban, quedó desconcertado por completo. No era capaz de adivinar dónde estaba. Apenas a dos metros a su derecha, vio al otro de rodillas con la cara vuelta hacía al cielo. Su cabeza calva y su cuello doblado en un ángulo extraño le conferían un aspecto anormal. Gritó para llamar su atención, pero al abrir la boca no oyó su propia voz. Notó el aliento salir de su boca y sintió sus cuerdas vocales vibrar, pero nada más. “Mierda” se dijo, “los audífonos”. Toni era sordo de nacimiento. De niño la disfunción no era tan grave, pero conforme según fue creciendo había ido a peor. Aunque desde que él recordara, había dependido de los audífonos para escuchar bien. No es que no oyese nada, pero si no los usaba hasta sus propios gritos se convertían en apenas un susurro, tal y como ahora estaba ocurriendo. Echó mano a los aparatitos, y desprendiéndolos de sus orejas, los inspeccionó. Uno estaba aún mojado, lo dejaría secar y con suerte volvería a funcionar. El otro resucitó tras toquetearlo un poco. Se puso primero el húmedo, y después el que sí funcionaba. Con el dedo empezó a regular el volumen, y de improvisto un chirrido agudo le martilleó el cerebro. De un manotazo se quitó el aparato, lo miró confundido, comprobó una vez más que estaba en buenas condiciones, y después volvió a mirar al cielo, intentando averiguar si había alguna antena o aparato al que se pudiese haber acoplado el audífono. Allí no había nada más que vegetación y mar. Además por su experiencia le parecía algo poco probable. Se lo colocó de nuevo con recelo, y el sonido del mar le embargó. Podía oír la melodía de las olas en su devenir, y los susurros del viento al mecer las ramas de los arboles detrás de él.

—¡Eh! ¡Hola! —Volvió a gritar, pero no obtuvo respuesta por parte del otro hombre. Así que echó a andar hacía él. Cuando estuvo a penas a unos pasos de distancia, vio que algo se movía en el agua más allá. En una primera impresión pensó que era alguien atrapado en una enorme montaña de espuma de mar, así que corrió para ayudar a quién quiera que fuese a liberarse, pero cuando llegó a su altura el asombro le dejó congelado. Una chica flotaba en el agua con su vestido de novia puesto. Estaba boca arriba, con los ojos totalmente cerrados y arropada por un sin fin de capas de tul blanco. Poco a poco, e igual que le había pasado a él, la chica fue despertando. Parpadeó un par de veces ante la injerencia del sol directamente sobre la cara. La primera sensación fue extraña, como si se encontrase dentro de una burbuja. Ni si quiera se movió. Toni se acercó hasta ella y la cogió por las axilas, levantándola un poco desde atrás para poder arrastrarla fuera del agua. La novia al notarse transportada por alguien, aún sin saber que ocurría empezó a gritar y alanzar manotazos a su alrededor como una histérica. Tanto fue así, que consiguió golpear a Toni en la cara, haciendo que uno de sus ojos comenzase a arder por el golpe. Este, instintivamente, la soltó. La chica cayó sobre la arena, dando un espaldarazo, ya fuera ya fuera del agua. Siguió gritando y pataleando como una energúmena durante unos minutos más. Toni se acercó a la orilla del mar y ahuecando las manos cogió un poco de líquido para refrescarse el ojo herido. Este también escocía, pero refrescaba a la vez, proporcionándole algo de alivio.
—¡¿Quieres dejar de berrear de una puta vez?! —Gritó alguien a su izquierda.

Un hombre y una mujer habían aparecido junto a ellos. Era probable que hubiesen visto toda la escena mientras llegaban hasta su posición. Toni les miró, sin saber que esperar. La novia, que indignada cerró la boca al instante, dirigió al hombre que había hablado una mirada de furia infantil, y al ver que este no se amilanaba ante lo absurdo de su gesto, arrugó los labios y empezó a sollozar resentida.

¿Quienes sois? Preguntó Toni con cautela.
—Esta es Marta, —Dijo señalando a la chica vestida con ropa deportiva que tenía a su lado.– Yo soy Pol. Hemos despertado allí, al principio de la cala, junto al acantilado.

Mientras hablaba señaló en la dirección opuesta en la que él había venido. El tal Pol parecía un malote sacado de la película de Grease. Camiseta oscura, vaqueros y botas. Además de los brazos copados de tatuajes talegueros. En cambio Marta, con sus pantaloncitos negros cortos, su camiseta de micro-fibra, y las zapatillas, parecía preparada para correr una maratón. Ambos llevaban a la espalda una mochila negra, él colgada por un asa, ella con las dos bien puestas sobre sus hombros. Toni se presentó, dando la mano a ambos, por su parte la novia dijo llamarse Paula, mientras sorbía mocos llorando sentada sobre la arena.

—¿Y ese? —Preguntó Marta señalando con la cabeza al calvo, que seguía mirando al cielo con gesto vehemente.
—No lo sé. Parece que está un poco ido, he intentado hablarle, pero nada. –Respondió Toni.

Pol soltó un resoplido, y se encaminó hacía el hombre arrodillado en la arena. Toni y Marta le siguieron a una distancia de diez pasos. Cuando el matón hubo llegado hasta él, se agachó clavando una de sus rodillas en tierra, situándose frente a frente con el hombre.

—Eh... Eh, tú. —Dijo mirándole directamente. Había acercado tanto su rostro al del calvo que parecía que iba a darle un beso. No obtuvo respuesta alguna. ¡Eh! ¡Que te estoy hablando! Dijo algo más airado ante la indiferencia del otro, aún así el pelón siguió mirando el cielo. Pol dejó caer la mochila que llevaba al hombro, y con las dos manos lo agarró por la cabeza, obligándole a erguir el rostro y a mirarle directamente a los ojos. Este fijó sus pupilas verdes en Pol durante un momento, y como si no hubiese visto nada, empezó a forcejar y a girar los globos oculares nuevamente al cielo. A Pol no pareció gustarle que el otro le ignorase, así que apostó ambas rodillas en la arena, y asiendo la cabeza con más fuerza empezó a gritar burlón:

—¿No hay nadie ahí dentro? ¡¿Eh?! —El pelado seguía sin prestarle la más mínima atención, así que Pol se puso a zarandear la cabeza del hombre con fuerza mientras gritaba divertido y malicioso.— ¡Batido de coco! ¡Batido de cocooooo...!

Los dos que venían detrás, al verle reaccionar de aquella forma violenta, corrieron al grito de “Déjale en paz”. Marta, que llegó la primera, consiguió separarlos empujando al matón hacia atrás, que cayó de culo sobre la arena de la playa, y Toni había conseguido colocarse de rodillas frente al calvo e intentaba tranquilizarle ya que ahora lloraba con los ojos cerrados, agarrándose la cabeza con ambas manos, con la boca desencajada pero sin emitir el más mínimo quejido. Aquel llanto silencioso le desconcertó. Pol recuperó la compostura, y no dudó ni un segundo en echar el cuerpo hacia adelante para enfrentarse a la runner, pero de repente una carcajada tras ellos los sorprendió. La novia había observado toda la escena y ahora reía a pleno pulmón, como si acabase de ver lo más gracioso de toda su vida. Pol, soltó una risa divertida acompañando a la chica, y dio dos pasos hacia atrás, cogiendo de nuevo la mochila negra y replanteándose su postura. Marta los miró y dijo por lo bajo “Vaya par de idiotas”.    

—¿Qué le pasa? ¿Es sordo? —Preguntó Marta a Toni, agachándose junto a ellos y también extrañada por el llanto mudo del calvo. Toni sin mirarla se señaló uno de los audífonos, y contestó:
—Jamás he visto a un sordo llorar de esa forma, debe ser otra cosa.
Ella asintió, comprendiendo al instante a qué se refería el joven.     

“Batido de coco”, susurró quien se ocultaba entre las sobras y la vegetación. Llevándose la mano a la boca para amortiguar el sonido, rió por lo bajo ante la broma cruel. Consiguió serenarse, y nervioso cambió el peso de una pierna a la otra. Volvió a observar a sus presas, sopesando que debía hacer a continuación. Llegaba el momento de ponerse en marcha. El juego empezaba.


Continuará...

Sihiro Music. Una propuesta diferente

Un post de Balasero















Hola a todxs, comenzamos este proyecto con el gustazo de presentaros una iniciativa que comenzará a andar este marzo próximo. Sihiro Music representará una novedosa propuesta de Management, promoción de artistas y promotores de conciertos en el entorno del rock, que capitanea la jovencísima María Sihiro, mánager y fotógrafa catalana afincada en tierras gallegas. Pero qué mejor que ver lo que ellos mismos nos cuentan.



El logo de la empresa.




Detalle de la web de S.M. De aparición en marzo de 2017.


Taza promocional para el lanzamiento.

Se levanta el telón

Un post de Balasero
















Y de repente, llegamos junto a la locura...  saltamos desde los tejados, cayendo a peso en el cuarteado piso del costumbrismo, para hacerlo temblar. Reímos, y nuestras carcajadas sangran dolor, verdad y asesinato. Todo bajo el abrigo del humo denso de la sinrazón. Bendito abrigo que no paramos de vestir.
Moriremos con las botas puestas... y ellos, morirán desnudos y sin nada alrededor. Sí, moriremos con las botas puestas, pero tan solo para renacer con las uñas largas y la intención oculta bajo la mirada de la indiferente irreverencia. Esa que nos mostrará el camino, la manera de aprender, aún sabiendo que nunca se consigue un satisfactorio alejamiento de la locura.
La locura es esa malnacida que adopta mil maneras. Es una parte esencial de la vida y del dolor.

El dolor es el recordatorio perpetuo de que sigues vivo y por ende, es el heraldo de la muerte, esa realidad que tantos se empeñan en olvidar. Por eso el dolor nos lo recuerda y por eso está presente con obstinación en todo nuestro insano camino a la locura. 

Bienhallados seáis todos al Paraíso. Os estamos esperando con los cargadores llenos y cada una de nuestras balas lleva vuestros nombres. ¿Vais a permitir que otros hijos de perra se las lleven?