lunes, 30 de enero de 2017

La Isla - Capítulo 1 de 4 -

Un post de Marranenga. 
















La figura permaneció inmóvil durante horas. Oculta en la maleza, agazapada como un tigre, miraba a las personas desmayadas en la arena de la playa. Observando como la marea les mecía con suavidad, se mostraba paciente ante sus presas. Sabía que pronto despertarían, y entonces empezaría la juerga. Diversión de la buena.

Todos estaban tendidos sobre el suelo. Todos excepto uno. El hombre miraba al cielo desconcertado. No había hablado desde que despertase allí. Tenía la cabeza pelada, tampoco cejas o barba. La piel rosada por el efecto del sol estaba limpia de vello por completo. Aquel tipo extraño, de rodillas sobre el suelo, abrazándose con vehemencia y con la cabeza vuelta hacia arriba escrutaba frenéticamente el cielo azul. Buscaba pero no encontraba. Las olas le lamían las rodillas en cada nuevo avance, pero él con las manos crispadas, ahora sobre el regazo y ahora a los costados, era totalmente ajeno a su entorno. Solo miraba el cielo. Fue por esto que ni si quiera hizo gesto alguno cuando el hombre que estaba en la arena de bruces junto a él despertó. Este, algo más joven, levantó la cabeza desconcertado. Pronto entendió que salía de un largo trance, y ayudándose con las manos, se incorporó con pesadez. Notaba la boca pastosa. Moviendo la lengua acumuló saliva para después escupir un gargajo terroso. Echó un vistazo al rededor. No sabía dónde estaba. Notaba el cuerpo entumecido y la ropa húmeda. Miró al mar, brillante y tranquilo, pensó que no se parecía al que tenía en casa, pero cuando giró sobre sus talones dando la cara hacia la masa de arboles que parecía engullir la pequeña cala en la que se encontraban, quedó desconcertado por completo. No era capaz de adivinar dónde estaba. Apenas a dos metros a su derecha, vio al otro de rodillas con la cara vuelta hacía al cielo. Su cabeza calva y su cuello doblado en un ángulo extraño le conferían un aspecto anormal. Gritó para llamar su atención, pero al abrir la boca no oyó su propia voz. Notó el aliento salir de su boca y sintió sus cuerdas vocales vibrar, pero nada más. “Mierda” se dijo, “los audífonos”. Toni era sordo de nacimiento. De niño la disfunción no era tan grave, pero conforme según fue creciendo había ido a peor. Aunque desde que él recordara, había dependido de los audífonos para escuchar bien. No es que no oyese nada, pero si no los usaba hasta sus propios gritos se convertían en apenas un susurro, tal y como ahora estaba ocurriendo. Echó mano a los aparatitos, y desprendiéndolos de sus orejas, los inspeccionó. Uno estaba aún mojado, lo dejaría secar y con suerte volvería a funcionar. El otro resucitó tras toquetearlo un poco. Se puso primero el húmedo, y después el que sí funcionaba. Con el dedo empezó a regular el volumen, y de improvisto un chirrido agudo le martilleó el cerebro. De un manotazo se quitó el aparato, lo miró confundido, comprobó una vez más que estaba en buenas condiciones, y después volvió a mirar al cielo, intentando averiguar si había alguna antena o aparato al que se pudiese haber acoplado el audífono. Allí no había nada más que vegetación y mar. Además por su experiencia le parecía algo poco probable. Se lo colocó de nuevo con recelo, y el sonido del mar le embargó. Podía oír la melodía de las olas en su devenir, y los susurros del viento al mecer las ramas de los arboles detrás de él.

—¡Eh! ¡Hola! —Volvió a gritar, pero no obtuvo respuesta por parte del otro hombre. Así que echó a andar hacía él. Cuando estuvo a penas a unos pasos de distancia, vio que algo se movía en el agua más allá. En una primera impresión pensó que era alguien atrapado en una enorme montaña de espuma de mar, así que corrió para ayudar a quién quiera que fuese a liberarse, pero cuando llegó a su altura el asombro le dejó congelado. Una chica flotaba en el agua con su vestido de novia puesto. Estaba boca arriba, con los ojos totalmente cerrados y arropada por un sin fin de capas de tul blanco. Poco a poco, e igual que le había pasado a él, la chica fue despertando. Parpadeó un par de veces ante la injerencia del sol directamente sobre la cara. La primera sensación fue extraña, como si se encontrase dentro de una burbuja. Ni si quiera se movió. Toni se acercó hasta ella y la cogió por las axilas, levantándola un poco desde atrás para poder arrastrarla fuera del agua. La novia al notarse transportada por alguien, aún sin saber que ocurría empezó a gritar y alanzar manotazos a su alrededor como una histérica. Tanto fue así, que consiguió golpear a Toni en la cara, haciendo que uno de sus ojos comenzase a arder por el golpe. Este, instintivamente, la soltó. La chica cayó sobre la arena, dando un espaldarazo, ya fuera ya fuera del agua. Siguió gritando y pataleando como una energúmena durante unos minutos más. Toni se acercó a la orilla del mar y ahuecando las manos cogió un poco de líquido para refrescarse el ojo herido. Este también escocía, pero refrescaba a la vez, proporcionándole algo de alivio.
—¡¿Quieres dejar de berrear de una puta vez?! —Gritó alguien a su izquierda.

Un hombre y una mujer habían aparecido junto a ellos. Era probable que hubiesen visto toda la escena mientras llegaban hasta su posición. Toni les miró, sin saber que esperar. La novia, que indignada cerró la boca al instante, dirigió al hombre que había hablado una mirada de furia infantil, y al ver que este no se amilanaba ante lo absurdo de su gesto, arrugó los labios y empezó a sollozar resentida.

¿Quienes sois? Preguntó Toni con cautela.
—Esta es Marta, —Dijo señalando a la chica vestida con ropa deportiva que tenía a su lado.– Yo soy Pol. Hemos despertado allí, al principio de la cala, junto al acantilado.

Mientras hablaba señaló en la dirección opuesta en la que él había venido. El tal Pol parecía un malote sacado de la película de Grease. Camiseta oscura, vaqueros y botas. Además de los brazos copados de tatuajes talegueros. En cambio Marta, con sus pantaloncitos negros cortos, su camiseta de micro-fibra, y las zapatillas, parecía preparada para correr una maratón. Ambos llevaban a la espalda una mochila negra, él colgada por un asa, ella con las dos bien puestas sobre sus hombros. Toni se presentó, dando la mano a ambos, por su parte la novia dijo llamarse Paula, mientras sorbía mocos llorando sentada sobre la arena.

—¿Y ese? —Preguntó Marta señalando con la cabeza al calvo, que seguía mirando al cielo con gesto vehemente.
—No lo sé. Parece que está un poco ido, he intentado hablarle, pero nada. –Respondió Toni.

Pol soltó un resoplido, y se encaminó hacía el hombre arrodillado en la arena. Toni y Marta le siguieron a una distancia de diez pasos. Cuando el matón hubo llegado hasta él, se agachó clavando una de sus rodillas en tierra, situándose frente a frente con el hombre.

—Eh... Eh, tú. —Dijo mirándole directamente. Había acercado tanto su rostro al del calvo que parecía que iba a darle un beso. No obtuvo respuesta alguna. ¡Eh! ¡Que te estoy hablando! Dijo algo más airado ante la indiferencia del otro, aún así el pelón siguió mirando el cielo. Pol dejó caer la mochila que llevaba al hombro, y con las dos manos lo agarró por la cabeza, obligándole a erguir el rostro y a mirarle directamente a los ojos. Este fijó sus pupilas verdes en Pol durante un momento, y como si no hubiese visto nada, empezó a forcejar y a girar los globos oculares nuevamente al cielo. A Pol no pareció gustarle que el otro le ignorase, así que apostó ambas rodillas en la arena, y asiendo la cabeza con más fuerza empezó a gritar burlón:

—¿No hay nadie ahí dentro? ¡¿Eh?! —El pelado seguía sin prestarle la más mínima atención, así que Pol se puso a zarandear la cabeza del hombre con fuerza mientras gritaba divertido y malicioso.— ¡Batido de coco! ¡Batido de cocooooo...!

Los dos que venían detrás, al verle reaccionar de aquella forma violenta, corrieron al grito de “Déjale en paz”. Marta, que llegó la primera, consiguió separarlos empujando al matón hacia atrás, que cayó de culo sobre la arena de la playa, y Toni había conseguido colocarse de rodillas frente al calvo e intentaba tranquilizarle ya que ahora lloraba con los ojos cerrados, agarrándose la cabeza con ambas manos, con la boca desencajada pero sin emitir el más mínimo quejido. Aquel llanto silencioso le desconcertó. Pol recuperó la compostura, y no dudó ni un segundo en echar el cuerpo hacia adelante para enfrentarse a la runner, pero de repente una carcajada tras ellos los sorprendió. La novia había observado toda la escena y ahora reía a pleno pulmón, como si acabase de ver lo más gracioso de toda su vida. Pol, soltó una risa divertida acompañando a la chica, y dio dos pasos hacia atrás, cogiendo de nuevo la mochila negra y replanteándose su postura. Marta los miró y dijo por lo bajo “Vaya par de idiotas”.    

—¿Qué le pasa? ¿Es sordo? —Preguntó Marta a Toni, agachándose junto a ellos y también extrañada por el llanto mudo del calvo. Toni sin mirarla se señaló uno de los audífonos, y contestó:
—Jamás he visto a un sordo llorar de esa forma, debe ser otra cosa.
Ella asintió, comprendiendo al instante a qué se refería el joven.     

“Batido de coco”, susurró quien se ocultaba entre las sobras y la vegetación. Llevándose la mano a la boca para amortiguar el sonido, rió por lo bajo ante la broma cruel. Consiguió serenarse, y nervioso cambió el peso de una pierna a la otra. Volvió a observar a sus presas, sopesando que debía hacer a continuación. Llegaba el momento de ponerse en marcha. El juego empezaba.


Continuará...

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