sábado, 25 de febrero de 2017

No puedo, no debo.





Un post de Lagartija


















Imagen cortesía de "Balasero"




Caminaba con calma por las empedradas calles. Aquella mañana decidió no acudir a la universidad, y emplearla en la biblioteca de la facultad, preparando los exámenes. Desde que comenzó la carrera tenía la impresión de que nada interesante tenían sus profesores que contar, que no estuviera en los libros. Por eso, para sus profesores era casi un alumna desconocida, no así para los bibliotecarios. En su vida también era así, prefería el contacto de un libro que la compañía de alguien más.

Caminaba con la carpeta apretada contra su pecho y la cabeza baja, intentando protegerse del frío viento de aquella mañana de febrero.
Le gustaba caminar temprano por las vacías calles del casco antiguo, cuando las voces de miles de estudiantes se hallaban ya recogidas en sus aulas. Sentir que la mañana le pertenecía, y que sólo sus pasos resonaban en el eco de las callejuelas. Al pasar junto a un escaparate se miró de reojo y pensó que su silueta resultaba neutra. Si no fuera por la larga melena rubia, enredada en el viento, sería difícil saber si esa silueta era hombre o mujer. Un abrigo largo, unos vaqueros, botas...  Su madre tenía razón, resultaba poco femenina. Pero así era ella.

Las campanas de la catedral comenzaron a anunciar la misa de 9. Bendito sonido, que rompía el silencio. A ella le disgustaba profundamente que cualquier sonido osara perturbar sus meditaciones, pero el tañir de las campanas siempre le había sonado a gloria. Como el susurrar de las olas al depositarse, mansas, en la orilla. O el rugir de las mismas cuando deciden suicidarse contra las rocas, desesperadas. O el viento, cuando dobla las esquinas y levanta la desmayada hojarasca. O la lluvia, cuando aparece de noche y resbala por los cristales de los noctámbulos, enigmática.

Caminaba sumergida en sus divagaciones y de repente sintió que no caminaba sola. Otros pasos la acompañaban, pasos de hombre, pudo interpretar. Los hombres tienen pasos más fuertes, más rotundos. Ella se deslizaba, en comparación con los sonoros pasos de él, que se acercaban.
-Disculpe -oyó a sus espaldas,  y antes de girarse, pensó que aquella voz no suponía un riesgo.
-Disculpe -repitió el desconocido.

Ella se giró y vio un hombre de mediana edad, quizás el doble que la de ella. Aspecto cuidado, atractivo y educado por los ademanes que mostraba. Ella es muy intuitiva y es capaz de hacer rápidos juicios sobre las personas sin apenas equivocarse. Por eso, respondió
-Dígame...

El hombre sonrió al saberse aceptado, al notar que ella no recelaba ni huía.
-Llegué anoche a la ciudad, estoy de paso. No conozco aquí a nadie y de repente me he preguntado si aceptaría usted tomarse un café conmigo.

A ella le sorprendió la naturalidad con que aquel hombre la invitaba a tomar un café, pero  algo en su interior le decía que no parecía un psicópata que quisiera violarla, trocearlas,  y dispersar después sus miembros por la ciudad. La sorpresa no terminaba de disiparse, pero le agradaba. A ella siempre le han gustado las situaciones inusuales, las cosas originales, las personas diferentes y todo aquello estaba ante ella.

-Vale -asintió ella con naturalidad y ahora fue él quien se mostró sorprendido, pero continuó rápidamente, temeroso de que ella cambiara de opinión.
-Elija usted el lugar -ofreció él.

Ella señaló con la cabeza el bar de la acera de enfrente. Bendita casualidad que aquello ocurriera a las puertas de su cafetería favorita. Entraron.
Ella eligió la mesa junto a la ventana, desde la que se divisaba uno de los monumentos más majestuosos del planeta, la Clerecía. Él la ayudó a quitarse el abrigo, retiró la silla para que se sentara y después se quitó también el suyo y  depositó ambos en el perchero de la pared. Ella se sintió transportada a otra época. Siempre le ocurría en aquella cafetería, pero en esta ocasión todo se acentuaba. Aquel hombre parecía de otra época y ella estaba disfrutando con ello. Todo aquello estaba transcurriendo en silencio. Sólo se miraban y miraban a su alrededor, disfrutando ambos del ambiente, de la situación.

Una vez que les sirvieron los cafés, él comenzó a hablar. Estaba en la ciudad en viaje de negocios, un viaje rápido. Al parecer, viajaba continuamente, y eso es lo que más le gustaba de su trabajo, máxime cuando el destino era una ciudad única, como aquella. Tras estas breves palabras, le invitó a ella a hablar de si misma y ella percibió algo que nunca había sentido antes, ante unas palabras como aquellas. Ella sabía de sobra que cuando alguien pronuncia "háblame de ti" rara vez hay sinceridad tras esas palabras. Nunca había conocido a nadie que las pronunciara con la sinceridad con que aquel desconocido lo hizo. No obstante, a ella le costaba hablar de si misma.
-Vivo aquí, estudio Psicología y ahora mismo iba a la biblioteca. Debería estar en clase, pero sólo voy a las clases de ciertos profesores. Los que explican cosas que no  están en los libros.
El sonrió, animándola a proseguir. Parecía realmente interesado en lo que ella tuviera que contar.
Bebió café y prosiguió.
-Me gusta venir aquí, a esta cafetería, sentarme junto a la ventana y observar a la gente. A veces disperso mis apuntes sobre esta misma mesa y estudio. Eso, cuando está vacía, claro. Como ahora mismo. Aquí me siento en otro mundo.
-Te entiendo, así me estoy sintiendo yo ahora mismo -respondió él.

Lo cierto es que hablaban poco, de cosas inusuales, y con grandes pausas entre unas frases y otras. El silencio se acomodó entre ellos, pero sin molestar.
Cuando ella lo creyó conveniente, exclamó -Ha llegado el momento de marcharme - e hizo ademán de levantarse.
-¿No me vas a preguntar por qué te he abordado así en mitad de la calle para invitarte a tomar un café?
- Imagino que ha sido un impulso.
-Cierto, un impulso. A esta hora debería estar ya camino de Santander.
Ella le miró y no dijo nada. Sabía que él tenía algo más que decir.
-¡Ven conmigo!
Esperaba cualquier pregunta o afirmación, pero aquella le cogió por sorpresa.
-Ven conmigo ahora mismo. Si lo deseas, mañana te vuelvo a traer. O pasado mañana. O dentro de una semana. O nunca. Cuando tú lo desees.

En un momento todas las posibilidades fueron escrutadas por la emocional, pero analítica también,  mente de la joven, quien finalmente respondió -No puedo
-¿No puedo? ¿No quiero? ¿No debo? Quiso saber él.
-No puedo -confirmó ella.

Él sacó una tarjeta de visita del bolsillo de su gabán y se la tendió.
-Estaré aún unas horas en la ciudad. Si cambias de opinión, llámame.
Ella cogió la tarjeta, sabiendo que nunca la iba a utilizar.

El se acercó a ella, y sin dejar de mirarla a los ojos, dirigió su boca a la de la muchacha. Ella esquivó aquel beso, que tanto deseaba, y le ofreció su mejilla.
-No debo -se justificó.
-Eres demasiado joven para tantos <<no puedo>> y <<no debo>> -señaló él, sonriendo. -Gracias por el café.
-Gracias a ti -respondió ella, y se alejó, camino de la biblioteca, con la cabeza hecha un lío. 









martes, 21 de febrero de 2017

El primer plato

Un post de Catulopio
















Imagen cortesía de "Balasero"




Pasé al cajero, y lo primero que me chocó fue ver que el empleado estaba comiéndose las uñas.  Impresentable. Ni siquiera me preguntó qué necesitaba, igual, yo le pasé mi documento.
—Hola… disculpe… —dije.
Él seguía ensañado con su manicura rústica, hasta el momento que vio mí mano. Con una velocidad indómita me agarró con los restos de sus dedos, no tenía uñas, ni falanges. Sangre. Tiré con fuerza, pero no pude zafar. Se abalanzó sobre mi muñeca derecha y de una dentellada llegó hasta el hueso. Me escapé hasta el hall, que para mi sorpresa estaba desolado.
Tenía calor. Se escuchaba al empleado de la caja golpearse contra el vidrio; los sonidos acuosos revotaban por todo el lugar. La temperatura en mi cuerpo ascendía a tal punto que tuve que sacarme la remera.
La gente se amontonó en el exterior del banco y un oficial entró con su arma apuntando a mí cabeza.
—¡Alto! —gritó.
Intenté responder, no pude. Me estaba convirtiendo en algo que no era. Desde el  momento del ataque comencé a sentir hambre. Mucha hambre, y él podía ayudarme.
Me acerqué unos pasos y me disparó, rozando mi cabeza.
—¡Quieto, monstruo!
Me frené sin entender por qué me decía así. La gente se tiró al piso. Otros oficiales se apostaron en la entrada. Sabía que no podía moverme, pero el apetito seguía ahí, latente. Necesitaba saciarme.
Si daba otro paso terminaría con la cabeza despedazada. Así que miré mi brazo y por un momento pensé en comerme. Unos segundos después dejó de ser un pensamiento: estaba desgarrándome a mordiscones.

Un poco me había calmado, pero era el inicio. El primer plato.




Entrevista a Chisum Cattle Co

Un post de Medussatánica















Hola quedidxs merodeadores de este Paraíso. Os escribo desde el Paraíso del sol, del polvo, de las bocas secas y de las serpientes y los cactus. Este desierto en el que nos encontramos se me antoja el marco perfecto para entrevistar a una de las bandas de música Country españolas que más fuerte están pegando. Chisum Cattle Co originales de Madrid se sientan en este seco tronco dispuestos a contestar a mis preguntas. ¡Mirad antes que no se esconda una cascabel dentro!





1.  La música country no es  muy popular en España. ¿Nos podéis contar cuándo y por qué os habéis decantado por tocar este estilo?
Chisum lleva tocando country desde hace décadas. Es una música que trata de una forma de vida, que sale de dentro. El conocer a Robin le ha ayudado a afianzarse más en el estilo y en su marcado sonido personal. Y ahí estamos, tratando de darlo a conocer entre el público. Es cierto que no hay muchos aficionados, nos gusta usar la frase: “El country es el gran conocido desconocido”. Todo el mundo cree que lo conoce y que no le gusta, pero luego cuando escuchan el country de verdad, se sorprenden. Suelen decir que no pensaban que sonara así, y que les encanta. Dentro del country hay muchos estilos, el nuestro es bastante cañero, y los aficionados al rock lo acogen bastante bien. Al menos esa es nuestra experiencia hasta ahora, lo cual nos encanta.


2. Hace pocas semanas habéis sido nominados a participar en el Texas Sound 2017, en Jefferson. ¿La nominación os pilló por sorpresa o habían indicios de que puede pasar algo así?
La verdad es que nos sorprendió, y nos ha animado muchísimo. Eso significa que nuestro nombre está sonando por ahí, y que desde la propia Texas nos digan que quieren que vayamos a tocar allí, que les gusta nuestra música… puff… vamos a cumplir un sueño. Creemos que esto es el fruto de mucho trabajo y entrega. Hay que sembrar y sembrar, y a veces se recogen buenas cosechas. En el Texas Sounds Internacional Country Music Awards 2017 van a participar artistas country de todos los rincones del mundo. Esperamos poder traernos un premio así de prestigioso a casa. Tenemos la inmensa suerte de que nos acompañe en nuestro viaje el otro artista country español nominado a estos premios este año: Max Tyler. Va a ser una gran experiencia.


Chisum Cattle Co




3. También tenemos noticia de que volvéis a tocar en el Country to Country, donde ya habíais estado hace un año ¿Qué es lo que más os ilusiona en volver a Londres? ¿Cuáles grupos del cartel son las que más os apetece conocer en persona?
El año pasado fue increíble, y cuando vimos que este año volvían a contar con nosotros, no nos cabía la camisa en el cuerpo ;) Este festival es el más grande y prestigioso dedicado a la música country de Europa, y este año lo vamos a aprovechar todavía mas. Disfrutando cada momento, y dando lo mejor de nuestro directo. Los ensayos con el resto de la banda que nos va a acompañar a Londres, Bea al bajo y Charlee a la batería, son intensos para dar lo mejor de nosotros mismos, pero son de un buen rollo increíble, porque estamos muy ilusionados y felices de volver.
Estamos en el mismo cartel que artistas como Brad Paisley, Reba McIntire, Zac Brown Band, Darius Rucker… que tocan en el “main arena”. Nosotros estamos en los “Festival Stages” en los que coincidimos con grupos como Case Hardin, Have Mercy Las Vegas, Kete Bowers, Miss Winter y muchos otros. El año pasado hicimos buenos amigos como por ejemplo Marty Fields, y este año esperamos seguir haciendo amigos en la escena country internacional.



  4. Habéis colaborado con varios artistas nacionales e internacionales ¿Cuál de estas colaboraciones recordáis de una forma especial?
Chisum ha colaborado y sigue colaborando con diversos artistas. A nivel internacional su colaboración especial ha sido con su admirado Sleepy LaBeef. Y los artistas nacionales que han querido contar con él en sus discos de estudio han sido Folsom Prison Band y Steakhouse Redneck Rockin´, quienes cuentan con su banjo y su amistad. En festivales en directo ha podido colaborar con Max Tyler, Barroom Buddies Band, Dusty Roads, Santi Tamariz… Para Robin su momento especial fue cuando Max Tyler la invitó a acompañarle a él y a  su banda, la Hot Saddles Band en un tema durante un festival en Madrid.





5. Nos gustaría conocer un poco el día a día del grupo: ¿Con que frecuencia ensayáis? ¿Cómo componéis?¿Os dedicáis solamente a la música o la compagináis con otros trabajos?
No hay semana que no ensayemos un par de veces o tres nosotros dos. A banda completa suele ser una vez por semana. Y si no estamos ensayando, estamos planificando muchas cosas, hay mucho trabajo que hacer para que una banda pueda funcionar, hay que moverse. Ahora mismo estamos componiendo temas nuevos, y eso hace que quedemos a menudo, porque la inspiración es fundamental, pero debe pillar trabajando. La verdad es que estamos en comunicación constante, y le dedicamos mucho tiempo a la banda. Nuestros otros trabajos están completamente relacionados con la música: Chisum da clases de música y Robin es fotógrafa de músicos, conciertos y eventos.



6. Vuestro disco “90 Miles” tuvo muy buena acogida entre vuestros fans. ¿Cuánto tiempo tendrán que esperar al nuevo álbum?
Menos de lo que esperan, como hemos dicho estamos trabajando en temas nuevos, y nuestra intención es sacar un EP pronto. Pero sin fechas todavía, ¡que tenemos muchos viajes que organizar! ;) Seguimos fieles a nuestra línea, tratando de dar algo mas a nuestros fans.

7. Aparte de vuestras actuaciones fuera de nuestro país ¿Tenéis planeados algunos conciertos en España?
¡Desde luego, siempre en la carretera! Solemos amenizar reuniones de coches americanos, concentraciones moteras, en acústico a duo también por salas mas pequeñas… En cuanto a festivales, tenemos confirmada nuestra participación en el All Western Festival en mayo. Y como decimos, siempre currando para ir cerrando mas fechas. En nuestra web www.chisumcattleco.com tenemos siempre nuestra agenda actualizada.



8. Y por último ¿Hay algo más que os apetece decir a vuestros fans y a los que lean esta entrevista?
A nuestros fans, que son nuestro mayor apoyo, los que lo hacen posible.
Y a los lectores de Balas en el Paraíso, les animamos a echarle una orejilla a lo que hacemos, nos atrevemos a pasar vuestro examen :) Y lo tenéis muy fácil: Estamos en Spotify, en Youtube, en Facebook y en Twitter. A que se interesen por los festivales de música country que hay por aquí, como el Huercasa Country Festival en Riaza o el Wild Way Festival en Salamanca. Y por supuesto, que acudan a los conciertos de las salas pequeñas, de los grupos pequeños, apoyando la escena de la música en directo, que es vida, que es la que hace que todo fluya y funcione.






¡Al ataque!

Un post de Lagartija















Tiene ahora mismo España tres frentes abiertos. No los hemos abierto nosotros, son como zanjas cavadas a traición, palada a palada, y corremos el riesgo de caer al vacío.

Tres amenazas enturbian nuestra convivencia y amenazan nuestro futuro: el secesionismo, el comunismo y el terrorismo fundamentalista. Fueron germinando poco a poco, en nuestro suelo, como brotes de mala hierba y, no arrancados a tiempo, son maleza que se nos ha enganchado a los pies y no nos deja avanzar. Estamos a punto de caer, y no todo el mundo se da cuenta de ello.

Esas plagas están formadas por ¿personas? dispuestas a todo y juegan con la ventaja de que tienen frente a ellas un país sumido en la falta de valores, la pérdida de identidad, la crisis y la corrupción.
No somos un enemigo dispuesto a plantar batalla, ni siquiera a defenderse. Es más, no somos enemigo para cualquiera que se presente ante nosotros con esa etiqueta. Somos vulnerables, débiles, desunidos, acobardados, y para mayor abundamiento, ni siquiera tenemos unos representantes creíbles. Si en el horizonte se oyera de repente la voz de “¡al ataque!”, probablemente serían nuestros políticos los primeros en saltar por la borda.


En el momento en que nuestros enemigos decidan avanzar, nos arrasarán. “Ellos” están dispuestos a todo. Nosotros no estamos dispuestos a nada. Ellos son capaces de todo; nosotros, de nada.





miércoles, 8 de febrero de 2017

Sushi

Un post de Balasero




















El adagio en G menor de Tomaso Albinoni era susurrado a bajo volumen desde la mini cadena, cuando Shushi terminó de cortar todas las uñas de sus pies y manos en la semioscuridad del dormitorio. Uñas que dejó crecer durante los últimos cinco meses, en los que su deseo y melancolía por Juan crecieron hasta límites rayanos en la insalubridad mental, terminando en un bol de inoxidable que apartó con trémulas manos. Le hubiera gustado depositar en el acerado recipiente tanta zozobra como cupiese; volcar, vomitar, deshacerse de la angustia por ese amor no correspondido, pero aquellas agraviantes fibras anidaban en cada rincón de su interior. El adagio de Albinoni terminó, volviendo a comenzar en un bucle interminable grabado por ella misma en una casete de ciento veinte minutos, no obstante se trataba de la conducción de Juan Remón ante la Orquesta Metropolitana. Ese altivo profesor de música que nunca había recalado en su existencia por mucho que ella se esforzara por hacerse notar; llegando incluso a ocasionar simulados encuentros fortuitos en el metro o en la cafetería, donde Juan solía repasar las notas o los exámenes del día. Para él, ella no era nadie, si acaso una estudiante de violín más y eso no podía seguir siendo así, porque de continuar, aquella arrebatada obsesión terminaría en tragedia.
Su corazón sangraba desde la oscuridad de una inquina contagiada por los años de nulidad personal que cargaba con pesar. Lo sintió herido de muerte, mientras extraía de un sobrecito transparente con auto cierre un mechón de oscuro cabello, arrancado en uno de aquellos ensayados tropiezos por los abarrotados pasillos de la escuela de música. Cuando, y sin tocarlo con los dedos lo introdujo en el bol, le vino a la memoria el día en que se hizo con aquél "presente"; él, increpó duramente su torpeza, ella, disculpó su falta de cuidado desplegando toda una serie de nerviosas excusas, pero al fin tenía lo que había planeado obtener durante meses de dudas e inseguridades. Una vez que armada del valor necesario se dio cuenta de lo fácil que había resultado hacerlo, se excitó tanto por el triunfo obtenido que tomó otra decisión, y ésta fue la que a través de oscuros estudios e insólitas adquisiciones la llevaron hasta esa misma noche.
Evocó con un simulacro de sonrisa la escena que tuvo lugar en aquella misma habitación. Cuando se masturbó apretando el perfumado y recién adquirido trofeo capilar contra su nariz, impregnando los sentidos del varonil aroma condensado en el segmento de cabello. Consiguió encadenar una secuencia de orgasmos como jamás en la vida hubiese imaginado que nadie pudiera disfrutar. Sus entrenados dedos bailaron al son de una concreta fantasía sexual; ella estaba siendo poseída por Juan en un lecho de suave terciopelo cubierto de aromáticos pétalos de rosa, mientras eran observados por impasibles masas informes que, rodeando el santuario de su placer acariciaban sus heterogéneos penes emitiendo un rumoroso arrullo de gemidos y suspiros, que alcanzaron el máximo apogeo al eyacular profusamente sobre el bruñido pavimento, hasta cubrirlo por completo con el ofrendado semen. Desde la blanquecina materia y en secuencias a cámara lenta, emergían más figuras sin rostro que continuaban el ritual onanista, en un eterno florecimiento que imitaba el ciclo de las cosas dentro de su ensueño. La majestuosa presencia de su amante sobre ella, le hacía sentirse tan diminuta como cuando de niña recibía las íntimas visitas de su tío paterno. Pero a diferencia de entonces, ahora disfrutaba del erecto calor que se introducía en lo más reservado de su persona. Se retorcían al ritmo del espectral susurro circundante entre dulces y acompasados gemidos.
Cuando en su cuerpo el hormigueo previo a las pulsaciones orgásmicas asomaba a sus sentidos, las informes presencias, como avisadas por su propia voluntad, se congregaban en torno a su cabeza, para descargar sobre la cara la exquisita carga escrotal, colmando sus cavidades faciales con tal frenesí que, sin tiempo para asimilar todo aquél regalo de lujuria, la llevaban hasta el límite de la asfixia enfatizando así el sublime instante final del éxtasis.
Una incipiente humedad en su interior la devolvió a la penumbrosa estancia, lo cual hizo que dibujara un mohín de desagrado en su consumido rostro. Aquella no era ocasión para dejarse llevar por semejantes fantasías, al instante reprochó su propia frivolidad ante un momento tan importante para el hermoso futuro que le esperaba tras aquél trece de agosto. Trasladando el mechón a una vasija de barro que ella misma moldeara días atrás, dirigió los pasos al baño; de la encimera junto al enorme espejo tomó unas pinzas depilatorias y de un seco tirón arrancó un buen pedazo de ceja. Con un grave gesto de dolor introdujo la ofrenda en la misma vasija. La frontal luz alógena del lavabo le cautivó igual que un insecto es atraído por una bombilla, desnuda frente a su duplicada imagen comenzó a sollozar mientras un hilo de sangre se deslizaba desde la herida sobre el ojo derecho, hasta la comisura misma de los labios; lo recibió con la punta de la lengua percibiendo el oxidado sabor al tiempo que exploraba el pálido paisaje de aquella desabrigada delgadez. La casi enfermiza falta de grasa la dotaba de un aspecto cadavérico, las costillas destacaban bajo unos pechos diminutos y caídos, encuadrados entre las prominentes clavículas y aquellos famélicos brazos, que antaño aparecían vigorosos y bronceados por la vida sana del campo. Los ojos se hundían en umbrías oquedades que morían en unos demacrados pómulos, avergonzados por su propio reflejo bajaron hasta las enjutas caderas, que sustentaban unas frágiles piernas de alambre y entre ellas su vulva vaginal sobresalía abultada como si de una bufonesca sonrisa se tratara.
Lloró sin consuelo advirtiendo lo que aquella obsesión había hecho con ella, preguntándose donde había quedado aquella hermosa muchacha que traía locos a todos los chicos del instituto. Se veía víctima de su propia enajenación, de aquel destructivo amor por Juan que la había llevado hasta ese extremo; ya ni era capaz de recordar cuándo fue la última vez que había comido en condiciones o cuándo simplemente, había sonreído con verdadera naturalidad. Ya apenas salía a la calle ni acudía a las clases de música, no respondía a las llamadas de los amigos, ni siquiera cuando lo hacían desde el otro lado de la puerta. Pasaba las horas en su habitación de la residencia de estudiantes tumbada en la cama, desnuda, masturbándose una vez tras otra, en compulsivos estallidos de salvaje y sucio deseo sexual, que irremediablemente culminaban en arranques de llanto y desolación.
Pero todo aquello concluiría esa misma noche; disponía de todo lo preciso, cada pequeño detalle, cada cosa en su sitio. Susana Pérez terminaría con su maldición de una vez por todas y Juan Remón sería suyo o no sería de nadie. Respirando profundamente por cinco veces, reprimió el acceso de llanto, lavó su triste rostro con abundante agua y sin secarse siquiera, retornó a la semioscuridad del dormitorio. Sentándose sobre la cama se dispuso a repasar con minucioso celo cada pormenor del atávico rito que estaba a punto de comenzar.
El bol de acero con todas las uñas de sus dedos, la vasija con el cabello del hombre amado junto a su pedazo de ceja, cuchara de boj, mortero de cocina, el camping gas y las cerillas de madera, un puro haitiano de hoja natural confeccionado para rituales mágicos, y directamente importado desde la lejana isla, la foto de Juan al lado del cuchillo mondador, una vela negra, los dos frascos con los escorpiones norteafricanos de nueve centímetros, la urna de metacrilato y los guantes de malla metálica. Consultó el reloj y apagó la luz del baño que había dejado encendida, en un claro descuido que la llegó a irritar sobremanera, ya que era esencial que el ambiente fuera el preciso, aún restaban quince minutos para las dos de la madrugada, hora en la que todo debería comenzar. Puso del revés los dos espejos del cuarto y la televisión, corrió las cortinas para que ninguna imagen pudiera ser reflejada y alejar de este modo las furtivas miradas del “otro lado”.
La alarma del despertador digital sobre la mesilla de noche sonó con estridencia, dispersando el cándido estado de concentración en el que había estado inmersa esos últimos momentos. La canceló de un manotazo. Ya era la hora y aunque segura de sus intenciones, no pudo evitar un acceso de nervios que intentó socavar con un crudo trago de ginebra directo desde la botella a su gaznate, el licor le abrasó en su descendente recorrido por el esófago, cosa que agradeció, ya que la física sensación le trajo de vuelta al momento. Sentada sobre un enorme cojín granate cruzó las piernas y cerrando los ojos respiró honda y pausadamente. La mesa auxiliar sobre la que había dispuesto todos los aderezos para el ritual se abría ante ella. Segundos después despegó los ojos y en ellos destelló el satisfecho brillo de la convicción. Calzó los guantes metálicos para destapar el primer frasco que volcó dentro de la urna, deslizando la tapa corredera con rapidez. El primer escorpión ya estaba dentro. Repitió la operación con el otro frasco y las dos pequeñas alimañas amarillas de negro aguijón quedaron en su interior, arrojó los guantes a un lado, al tiempo que los agresivos animales iniciaban una enfrentada danza territorial. Shushi observaba con fascinación el duelo asesino con la cara muy pegada al transparente material, divertida, eligió a uno de los beligerantes artrópodos como el vencedor, el que le pareció más pujante. Al cabo de pocos minutos el ejemplar elegido fue el que cayó bajo el aguijón homicida de su oponente. Maldiciendo su mal criterio, introdujo el alargado filo del cuchillo por una ranura lateral practicada horas antes para tal efecto en el metacrilato, tanteó hasta acertar en la cabeza del escorpión victorioso. Con el cuerpo del vencedor tripa arriba en una mano y el cuchillo en la otra, desgarró el abdomen del arácnido de parte a parte, extrajo las vísceras y desplegó el enredo de órganos en la mesa, hurgó en ellos hasta encontrar el aparato reproductor, que delicadamente extrajo con la punta del cuchillo para colocarlo en el bol de acero inoxidable. Alargando el brazo izquierdo y con el mismo filo, practicó un profundo corte transversal, la sangre brotó hacia el recipiente de inoxidable mientras con roto canto comenzó a recitar.
Brazo poderoso, ante ti vengo con todas las fuerzas de mi alma a buscar consuelo en mi difícil situación. Brazo poderoso, no me desampares en las puertas que se han de abrir en mi camino, sé tú, brazo poderoso, el que las abra para darme la tranquilidad que tanto ansío...
Repitió tres veces el conjuro y con cada réplica un nuevo corte laceró la extremidad.
Súplica que te hace un corazón afligido por los duros golpes del destino que lo han vencido siempre en la lucha humana, ya que si tu poder divino no intercede en mi favor, sucumbiré por falta de tu ayuda. Brazo poderoso ayúdame, brazo poderoso asísteme y condúceme a tu gloria. Gracias mi dulce Satán.
Shushi apretaba con afán su antebrazo deleitándose en el flujo sanguino que se resbalaba hasta el bol, mantuvo la presión hasta llenarlo por la mitad, luego liberó la mano, la torturada extremidad pulsaba destellos de dolor desde los despiadados cortes. Shushi respiró hondo aliviada y orgullosa por su sacrificio, acercó el brazo a su boca para lamer con excitación de las heridas, que por la posición del brazo, rezumaban chorretones carmesí hacia sus pechos en regueros que, rebasando el vientre morían en la cuña de su pubis empapando el cojín bajo ella. Con ojos desorbitados por el sublime placer contempló sin pestañear cómo el purpúreo caldo comenzaba a hervir entre sonoros burbujeos. Sin perder ni un segundo más, machacó con el mortero las tripas del escorpión en la vasija de barro mezclándolas con el cabello y la ceja, apartó las tripas para volcar el resto en el bol y subió la intensidad del fuego. Prendió la vela negra, y con la misma cerilla, el robusto puro haitiano, arrancando un estallido de tos seca de su garganta. Colocó la foto de Juan delante de la llama para observar el maduro rostro a contraluz, - Mi amor -, pensó. Expulsó el humo sobre la cara del hombre doce veces, al tiempo que una susurrante letanía se escapaba de entre sus labios...
Puro purito, yo te conjuro en nombre de la Muerte, la señal que te pido me has de dar. La ceniza tiene que caer. Si está ansioso por hablarme su boca ha de abrir y con esta oración ha de venir. Alma de los cuatro vientos quiero que me traigas a Juan y que por los siete espíritus y las siete ánimas vuelva a mí, con el gran poder de la Muerte. Muerte, tú que andas por el mundo en calles, montes y colinas, si encuentras a Juan pon en su mente mi pensamiento. Si está durmiendo que me sueñe. Que así sea.
Dicho esto, apagó el puro en la cara fotografiada, atravesando la imagen y arrojando la ceniza resultante en el bol. Le sobrevino un ligero vértigo y se sintió ir entre el fuerte olor y la bruma de la cocción que comenzaba a predominar en el espacio cerrado. El adagio en G menor resonando en su mente embriagaba sus sentidos, se supo débil y al borde del desmayo, pero ahora no podía echarse atrás, aquél era un camino de una sola dirección. Los siete ya habían llegado.
Entintada de su propia sangre y tarareando un rítmico murmullo para sus adentros, la desnuda silueta femenina se recortaba contra la amarillenta luz que era filtraba a través de las delicadas cortinas blancas. Contorneaba su cuerpo en lascivos movimientos al suave ritmo de la música de Albinoni, mientras removía el denso contenido del recipiente con la cuchara de madera de boj, meneando la caliente mezcla doce veces a la derecha y doce más a la izquierda. Una vez hubo terminado, posó el bol en una estantería de la pared, la palma de su mano izquierda exhibía una terrible quemadura que fue ignorada por completo. En el elevado éxtasis en el que se encontraba a estas alturas del rito, la esencia de Shushi jugueteaba peligrosamente por las penumbras cercanas al otro lado, junto a los habitantes del abismo. Con los ojos en blanco y el alma perdida en algún punto indeterminado entre ambos mundos, friccionó contra su vulva la ungida y ardiente cabeza cóncava del utensilio, el calor de la pastosa madera estimuló su clítoris endureciéndolo al instante. Las sombras querían más y manejaron su mano con sutil astucia. Un relámpago de placer le recorrió el sistema nervioso haciendo que abriera las piernas para jugar con los labios superiores, separándolos, rozando en cada porción de carne descubierta, mientras un oscuro e intenso placer la embargaba por completo. Se mordió el labio con tal fuerza que, unas perlas de sangre asomaron bajo los premolares en el preciso instante en que penetró por completo la enorme cabeza de la cuchara en la vagina. El calor la abrasaba por dentro, pero no le importó, al contrario, escuchaba sus risas en el abrigo de su mente y sintió cómo su voluntad dejó de pertenecerle. Apretando aún más los dientes sobre el labio inferior movió la ardiente cabeza en círculo, doce veces a la derecha y doce a la izquierda, hasta que entre guturales gemidos le sobrevino un orgasmo de tal intensidad que poco faltó para que le hiciese caer de bruces. Temblando de pies a cabeza apoyó una mano en la pared y extrajo entre espasmos la cuchara totalmente impregnada en un flujo sucio y espeso. La dejó caer y acercando el bol a la entrepierna orinó en él. Elevando el recipiente sobre su cabeza y dando vueltas sobre sí misma retomó el cántico entre dientes, detuvo su rotación ante la vela negra, se arrodilló y bebió la mitad de su contenido en tragos cortos y espaciados. Mientras en sus ojos bailaba su llama movida por una brisa imposible. Los mancillados genitales palpitaban en ignoradas punzadas de dolor, las sienes a punto de estallar y en su mente un coro de voces repetía junto a la suya…
«Juan... Juan... Juan... Juan... Juan... Juan... Juan... Juan... Juan... Juan... Juan...»
Derramó el resto de la pócima sobre su pecho y con creciente excitación restregó el maloliente ungüento por su escuálida anatomía, describiendo amplios círculos con ambas manos. Ya casi había concluido y Juan, al fin, sería para ella, sólo para ella. Ya casi estaba hecho… Únicamente restaba la última oración que debería recitar durante un acto de reclamo sexual. Con la gruesa vela en una mano arrastró los pies hasta la cama, su cadavérica forma embadurnada en toda aquella suciedad, cayó a peso muerto sobre las sábanas. Se sentía feliz, arropada por las sombras. Ellos estaban en ella y ella estaba con ellos, veían a través de sus ojos en blanco y con las pupilas giradas hacia adentro ella los veía, allí, agazapados, jugueteando con su propia alma.
Las piernas se le abrieron sin que su cerebro emitiera esa orden, y con la negra vela encendida se penetró bruscamente, su cuerpo se curvó y retorció en imposibles convulsiones, al tiempo que repetía entre gritos la letanía final.

Santa Muerte,
Espíritu del Dominio.

Que al calvario llegaste,

tres clavos trajiste,

uno lo tiraste al mar,

el otro se lo clavaste a tu hijo.

El que te queda no te lo pido dado,

sino prestado para clavárselo

a Juan, para que venga a mí,

amante y cariñoso,

fiel como un perro,

manso como un cordero,

caliente como el averno,

que venga, que venga,

que nadie lo detenga.

Ven... ven... ven...

Yo soy la única persona que te llama.

Ven... ven... ven...
Espíritu del Dominio.
¡Oh, espíritu dominante!
Con el divino poder que Satán te ha dado,
haz que Juan sea dominado en cuerpo y alma por mí.
Espíritu del Dominio...
Bahlahzel…
Ven... ven... ven...


Ya está hecho —susurró un coro de voces en su interior.— Ahora. Él vendrá.
Exhausta, quedó inerte sobre un amasijo de sábanas enmarañadas, más que dormida, desmayada por el tormento auto infligido. Cubierta de sangre y con la vela negra insertada hasta la mecha en sus entrañas. Una ridícula mueca asomaba en su rostro, un gesto que a alguien le podría haber recordado una sonrisa. Las voces habían partido.
La oscuridad es tranquila… sucumbir a la tentación de caer en ella promete consuelo después del sufrimiento… Se oyó susurrar al aire en un largo suspiro escapado de su boca.
**********
La densa opacidad se abrió, y su manto permitió que una tenue luz se vislumbrara en la lejanía, apenas un punto de blanca expectación en la inmensidad dominante. Alguien, al fin, había vuelto a abrir la puerta, le estaba llamando desde el otro lado. Alguien estaba cometiendo el mismo error de nuevo.
Despojándose de la casulla que le hermanara con las tinieblas, y deshaciendo la recogida postura con la que aguardaba en la eternidad, Bahlahzel desplegó las enormes membranas aladas con un deshidratado crepitar en sus viejas articulaciones. El en otro tiempo plumaje blanco, ahora deslucido y pardo, volvió a batirse atravesando el lóbrego velo del inframundo; el castigo había concluido y de nuevo se le permitía regresar al ámbito de los mortales. Entrecerró sus cárdenos ojos ante el creciente albor que se aproximaba a cada impulso de aquellos desentrenados tendones, prometiéndose que nunca volvería a incurrir en los mismos errores que le postergaran por demasiado tiempo al cruel destierro del olvido. Fue tierra mojada y polvo áspero… maloliente lecho de serpientes y escurridizos gusanos, durante la eternidad que dura el tiempo sin referencia.





La Isla - Capítulo 4 de 4 -

Un post de Marranenga.















—¿Nos hemos perdido? —Preguntó Toni por séptima vez.
Marta puso los ojos en blanco y dejó de andar. Exasperada le espetó un “No” agrio. Toni estaba derrotado. En cuanto Marta dejó de andar, él se sentó en el suelo, dejándose caer agotado. Había caminado durante todo el día. Hacía rato que la arboleda más espesa había quedado atrás, y ahora el paisaje era más agreste, con algunos matorrales altos y arboles bajos diseminados. Decidieron dejar de seguir el cauce del río, ya que parecía que se dirigían a una cresta y Marta pensó que iba a ser difícil escalar por la cascada. Si es que la había. “Sortear las rocas será menos peligroso” había dicho convencida. Habían seguido caminando junto al lindero del bosquecillo, y todavía no habían conseguido llegar. “Solo un poco más...” Se dijo Marta. Ella habría podido andar toda la noche si con eso llegaba, pero Toni no. Estaba empezando a anochecer, y Toni había interpretado aquel parón como un descanso definitivo. Estaba empezando a quitarse los zapatos, e inspeccionándose asqueado y dolido las ampollas gordas y rosadas que le habían nacido en los pies.  

—Está bien. —Se rindió Marta por fin. —Haremos noche aquí. Mañana subiremos la cresta.
De nuevo Marta, con la poco útil ayuda de Toni, preparó un pequeño campamento para los tres. Mandó al chico a recoger algo de leña para encender un fuego, y así ella terminaría de sacar las cosas de las mochilas para poder pasar la noche al raso. Se le dibujó una sonrisa al pensar en cómo habrían sobrevivido Toni y el calvito si ella no hubiese estado allí. Mientras quitaba algunas piedras del suelo que iba a ser su cama observó al pelado. Estaba tendido boca arriba sobre la tierra, con manos y piernas totalmente extendidos, miraba el cielo extasiado. Ella siguió a lo suyo. De improviso el calvo empezó a aplaudir entusiasmado, aún tumbado boca arriba, aplaudía y señalaba excitado a algo en el cielo. Marta pensó que quizás había pasado una estrella fugaz. Miró al cielo divertida ante el comportamiento del calvito. El firmamento estaba perlado de estrellas. Jamás había visto un cielo tan hermoso, y era una lástima que lo tuviese que hacer en aquellas circunstancias. Si hubiese tenido tiempo le habría gustado más saber sobre los astros, pero eso sería ya quizás en otra vida. Se permitió un momento de relax deleitándose con el cielo nocturno. Algo se movió allí arriba. “¿Qué es eso...?”  Nada de lo que ella conocía podía moverse de aquel modo. Una pequeña luz verdosa, que se iba agrandando y empequeñeciendo a intervalos regulares, empezó a oscilar, y después a zigzaguear de un modo frenético. Marta se puso en pie sin poder apartar la vista de “aquello” que ahora parecía moverse en su dirección a miles de metros de altura.

¿Viene hacía nosotros?

—¿Qué haces? —La voz de Toni la sacó del embrujo. —Por el olor pensaba que ya habías encendido el fuego.
El chico acababa de salir de entre los árboles, venía cargado con unas cuantas ramas, y miraba a Marta con expresión de extrañeza. Ella le miró a él, y después de nuevo al cielo levantando la mano para señalarle que era lo que había allí, pero entre las estrellas ya no pudo encontrar nada. Solo oscuridad infinita. Ella pareció desconcertada, pero Toni siguió a lo suyo, como si no pasase gran cosa. Dejó las ramas en el centro del pequeño campamento que Marta había preparado, y siguió comentando que le olía a quemado. Ella apenas le prestaba atención, de vez en cuando lanzaba alguna mirada angustiada al cielo. Tras encender el fuego, sacaron las pocas raciones que les quedaban y se pusieron a cenar. El calvito volcó su mochila, ofreciéndoles toda la comida que le quedaba, pero él se negó a comer. Algo había cambiado en su cara, parecía extrañamente feliz.    

Por fin se habían dormido. Por un segundo le pareció que la chica iba a descubrir algo, pero no fue así. Aquel engendro merecía morir. Si el otro no lo había conseguido, él sí. Sacó su linterna y se dispuso a salir de la maleza, directo hacía el campamento. Se colocó a unos metros de ellos, y accionó el botón. La bombilla pareció no funcionar, pero él sabía que sí, que si miraba hacía ella vería como destellaba en verde.

La llamada silenciosa le despertó. Al igual que le había sucedido en la playa, detectó la señal a ras del suelo, cosa que no solía suceder. Ellos siempre estaban en el cielo. Pensó que era posible que por fin viniesen a buscarlo. Se levantó y fue hacia aquello. Pero cuando se fue acercando notó que algo no iba bien. Aquella luz no la enviaba un amigo. Pudo olerle. Mientras tanto Toni se despertó alterado, dio un grito, al igual que la noche anterior, ya que la interferencia en sus audífonos había vuelto de repente. El grito despertó a Marta, que ya no sabía que esperar. La chica se puso de pie en un salto, mientras Toni intentaba calibrar – de nuevo – sus aparatos. Ella miró al rededor comprobando que todos estaban bien. Pero no era así. El calvito iba hacía algo junto a los arboles. Caminaba de una forma extraña. Andaba agazapado, su espalda comenzaba a curvarse en un ángulo extraño. Ella echó a andar tras él. Bajo su camiseta el pelón empezó a brillar. A brillar en color verde, exactamente. El calvo, adorable e indefenso, estaba ahora mutando. Sus omóplatos salieron disparados hacia atrás, soltando un gran crujido, a su vez, el cráneo y la barbilla parecían alargarse desproporcionadamente, confiriéndole una suerte de hocico grotesco, y su cabeza calva empezó a refulgir como una bombilla. Alargó los brazos en dirección a la maleza y a Marta le parecieron demasiado largos y grimosos. Aquello ya no era el calvito. Marta intentó seguirlo lo más cerca posible sin llamar su atención. Habían caminado ya unos metros, y ella miró hacia delante, entonces supo qué los estaba atrayendo. Frente a ellos, a unos pocos metros, había un hombre agachado. No podía reconocerle en la oscuridad, pero parecía que sostenía un objeto con el que apuntaba hacia  el engendro que antes había sido el calvito. Toni apareció corriendo detrás de ellos, cuando llegó a su altura y vio lo que estaba pasando retrocedió asustado al grito de “¡¿Pero esto qué es?!”. Aquel chillido histérico fue el pistoletazo de salida. El monstruo se volvió mirando sorprendido a Toni y Marta, siendo consciente de que lo habían descubierto les lanzó una especie de gruñido mudo entre espumarajos de baba, su rostro también había cambiado por completo. Los ojos se le habían puesto a los lados, casi en las sienes, se habían ennegrecido y disminuido en tamaño. La nariz también había desparecido, dejando solo dos orificios para respirar, lo que le daba un aire reptiliano espeluznante. Toni cayó de espaldas, cubriéndose el rostro aterrado, pero Marta afianzó ambos pies en el suelo dispuesta a entablar batalla. Cuando la criatura se lanzó sobre ella de un salto, la verdosa luminiscencia que emanaba de sus fauces fue lo último que vio. La criatura, ya completamente fluorescente, desencajó su boca hasta que consiguió que toda la chica pasase entre sus mandíbulas, a medida que el bulto iba bajando por su garganta hasta su panza, el cuerpo se iba deformando y ensanchando, dando cabida al alimento. Para facilitarse la tarea el monstruo acompañaba la digestión con embestidas espasmódicas que iban acomodando el bulto en su interior. Toni se quedó petrificado, mirando desde el suelo el grotesco espectáculo. Se olvidó de la figura oscura que había estado al otro lado, quien había provocado todo aquello. Solo podía pensar en que Marta quizás estuviese muerta, y que él tendría que enfrentarse a  aquello, solo.

“Ojalá todo esto fuese un videojuego”.

En su mente confusa y perdida, ideas absurdas empezaban a perfilarse. Pensó en huir. Se levantó poco a poco albergando la esperanza de que la criatura, ocupada en la digestión, no reparase en su escapada. Echaría a correr, hasta la playa si era necesario, se alejaría de todo aquello. Volvería a casa nadando si era preciso. Pero una vez estuvo incorporado, la criatura empezó a moverse más violentamente. Los espasmos se convirtieron en arcadas, se balanceó hacía delante dos veces, y a la tercera volvió a abrir la boca y una masa verdosa salió de ella estrellándose contra el suelo con un ruido sordo y pegajoso. Toni entendió entonces la muerte de la novia. Marta había pasado a ser una masa informe de restos de hueso, piel y órganos, cubierta por una gruesa capa de baba y gusanos gordos como un dedo, todo ello irradiando verde. El engendro pareció recomponerse y fijó su mirada en Toni. El joven hubiese podido jurar que incluso tenía un gesto guloso en el rostro, a pesar de que la boca del calvo se había convertido en un hocico culminado por un agujero repleto de dientes finos y puntiagudos. Toni era el segundo plato. Se hinco de rodillas, y llorando esperó su final.

—¡Eh hijoputa! ¡Te voy a meter este machete por el culo!
—¿Pol? —Musitó Toni asombrado y aliviado. No entendía como Pol, al que creía muerto, había aparecido entre él y el monstruo, cuchillo de monte en mano. La criatura al verle lanzó otra ráfaga de babas, esta vez colmada de ira. El ser empezó a arquear el cuerpo, dispuesto a saltar sobre su nuevo objetivo, pero Pol fue más rápido. Se lanzó en estampida hacia delante, abrazó al engendró y entre las sacudidas de este, lo acuchillo en el costado una veintena de veces. El engendro, al sentirse herido, retrocedió unos pasos, agitándose violentamente para liberarse de Pol del que consiguió zafarse. Algunos de sus órganos, blanquecinos y viscosos, cayeron al suelo reventando a causa del impacto. Pol, cambió el cuchillo de mano, y observó al monstruo. Este también le observaba. No había esperado tal reacción por parte del hombre, y ahora estaba herido de muerte. No jugaría más con él. Agarrándose el costado, el engendro se arqueó de nuevo para saltar sobre Pol con las fauces abiertas, tal y como hiciese con Marta. El matón afianzó los pies en el suelo, y sujetando el cuchillo con ambas manos por encima de su cabeza, esperó al alienígena. Este saltó sobre él, cuchillo y  cabeza pasaron por la garganta del ser, pero nada más. Pol, una vez se aseguró que sus dos manos estaban dentro de la boca del mutante, las lanzó hacia arriba y las clavó en el paladar de este. El monstruo se revolvió al sentir la punzada de dolor, pero el hombre hizo acopio de sus fuerzas, mantuvo el cuchillo clavado en la carne blanda, y además se echó hacia atrás desgarrando el tejido. El cuchillo salió por la parte delantera de la cabeza del engendro. Finalmente el ser cayó al suelo, envuelto en un espeso líquido resplandeciente. Mientras perecía en agonía, Pol le asestó una patada furiosa en el torso para después escupirle con desprecio. Pol tenía los hombros y los brazos cubiertos de baba, que a medida que pasaban los segundos parecía quemarle la piel. Se agachó sobre el alien, ya muerto en el suelo, y le arrancó un jirón de lo que antes había llevado por camiseta. Con aquel trapo se limpió, pero sobre su dermis quedó impresa la roja mordedura del ácido. No había llegado a perforarle, pero si le quemaba. Por fin se dio la vuelta para mirar a Toni, que seguía en el suelo con la cara bañada en lágrimas. Dio unos pasos hasta él, y entonces le tendió la mano.

—Pero pensaba que habías muerto. —Dijo Toni una vez que estuvo de pie. Estaba realmente confundido.
—Ese fue el otro Pol. —Empezó a explicar el matón con aire distraído. A la vez que hablaba intentaba ubicarse. —Él estaba aquí antes, los mismos que pusieron a esa cosa con nosotros lo pusieron a él. La otra noche me llamó para explicarme todo lo que iba a pasar. Aunque no ha sido precisamente como el cabrón dijo. ¡Bah! Ahora ya da igual. ¡Que le jodan! En unas cuantas horas en esa dirección estaré en el centro y habré ganado. Puedes quedarte aquí o seguirme. Me la suda.         

Toni entendió poco de lo que había dicho, pero daba igual. Estaba vivo, y eso era lo importante. A pesar de que estaba agotado, aceptó seguir caminado con Pol. Con este Pol. Intentó que le contase algo más, pero el otro le fue soltando evasivas, mandándolo a la mierda eventualmente. Llegaron a la cresta que unas cuantas horas antes había anunciado Marta. Toni echaba de menos a su compañera. Poco a poco, comenzaron a ascender. A Toni, los pies le ardían. Pero tenía que seguir adelante. Albergaba la certeza de que si no llegaban juntos, su victoria no sería dada por válida. El cielo empezó a clarear, en algo más de una hora habría amanecido. Caminaron durante toda la noche. Una vez se encontraron sobre la cumbre, Pol se detuvo.

—¿Sabes? La linterna lo atraía, al monstruo ese. Tenía un rollo raro con la luz. —Dijo mirando la linterna con melancolía, como quien observa a un viejo amigo. Después apretó el botón de encendido, y enfocó con el aparato a todos lados, haciendo un gesto fingido y teatral. —Ahora ya no me vale de una mierda, ¿No crees?

Dicho esto la lanzó ladera abajo. Ambos se habían detenido. Toni, agotado agradeció el descanso.

—Mira chico, no me caes gordo, no me malentiendas. —Dijo Pol, que ahora miraba fijamente su reflejo en el enorme cuchillo de caza. —Pero eres un puto inútil, y no te mereces estar aquí.

Toni había esperado algo así. Sabía que aquel abusón no se contentaría con llegar al centro, quería  hacerlo solo.

—Así que voy a rajarte el cuello. Pero sin rencor ¿Eh? —Y entonces le miró. Aquello le divertía. Aun a la luz del alba incipiente, podían verse el uno al otro claramente. Pol se acercó hasta el chico,  y de súbito este se encogió cerrando los ojos con fuerza y llevándose las manos a las orejas. A Pol le divirtió pensar que se iba a echar a llorar de nuevo. Pero aquello no era lo que estaba pasando, de nuevo los audífonos de Toni se habían vuelto locos, exhalando agudas interferencias que le hicieron estremecerse. Sin pensar en nada más intentó regularlos, pero al final acabó bajando del todo el volumen, ya que el ruido era insoportable. Una vez hubo pasado esta pequeña crisis volvió a abrir los ojos, y lo que vio le dejó asombrado. A unos cientos de metros de distancia, en el cielo, un gran artefacto oscilaba en el aire. Era una nave en forma de punta de flecha, que escrutaba los suelos emitiendo breves ráfagas de luz. Les estaba buscando. Toni levantó la mano derecha señalando aquello en el firmamento, pero Pol ni si quiera se dio la vuelta. Le vio mover los labios, pero no se molestó en descifrar lo que le decía. Finalmente el haz de luz de la nave los envolvió. Pol desesperado miró a su alrededor buscando la linterna, pensó que quizás pudiese ahuyentarlos con ella, sin comprender que era precisamente eso lo que los había atraído. Pero en la mente lógica y práctica de Toni, todo cobró sentido. Los dos hombres, bajo la influencia de la luz, empezaron a levitar, siendo atraídos hacía la nave. Pol empezó a bracear desesperado, intentado escapar de aquello, parecía nadar en el aire. Toni por su parte, rebuscaba frenéticamente en la mochila.

Tenía un rollo raro con la luz.                  

Aquello era la clave de todo. Por fin consiguió sacar y desplegar su manta de papel plateado, y se la echó por encima quedando del todo cubierto. En el preciso instante que la luz dejó de tocarle, cayó a tierra, libre de su influjo.

Permaneció horas en aquella posición. Estaba completamente aislado del exterior. La manta térmica había cumplido su función, y no dejaba entrar en su escondite ni un ápice de luz. Con los audífonos apagados tampoco podía oír nada a su alrededor. Tras un largo rato, salió de debajo de su capa protectora. Había amanecido por completo y estaba solo. Ni rastro de Pol. Ni rastro de la nave. Tardó un tiempo en recomponerse. Consiguió hacer funcionar sus audífonos, y comió su última ración, una de las que le había dado el calvito-monstruo. Miró hacía abajo, y le pareció estar muy cerca del centro. Al final sería el único en llegar. Lo invadió una sensación trágica y placentera. Por fin se puso en pie, y caminó hasta su nuevo final.

A muchos kilómetros de distancia, más allá de la estratosfera, Pol permanecía tumbado sobre una superficie lisa de metal. El interior de la nave estaba frio y oscuro, a excepción de la luz que lo mantenía anclado a la mesa. Era un rayo de fuerza similar al que habían usado para su abducción. Sobre su cuerpo desnudo una decena de dedos largos y verdosos marcaban puntos aquí y allá. Aterrorizado, Pol intuía siluetas en la oscuridad, los oía sisear. Quizás si hubiese podido interpretar los sonidos, había descifrado su conversación.

—El experimento ha fallado. Debimos hacerle más... Comunicativo.
—Cabía la posibilidad de que la combinación de nuestro ADN con la de los sujetos no funcionase.
—Entonces, ¿Qué hacemos con el humano?
—¿Lo mutamos también?
—¿Y que vuelva a fallar? No. Necesitamos otra cosa.
—¿Y si lo mandamos de vuelta al principio?
—¿Qué interés científico podría tener?
—Bueno... Podría ser divertido.
—Sí. Lo será. Ponle unos sensores y estará listo.  

Pasados unos momentos los siseos cesaron. Pol los oyó trastear emocionados a su alrededor. Buscaban algo. Uno de ellos lo agarró desde arriba por los pómulos, evitando que hiciese cualquier movimiento brusco. Otros dedos afanosos le amarraron muñecas y tobillos con correas metálicas. Desde ambos laterales dos taladros con punta de gruesa aguja, se fueron acercando hasta incrustarse en sus sienes. El dolor fue insoportable, y Pol gritó desesperado. A los pocos minutos de soportar el dolor le sobrevino la oscuridad.

Pol permaneció inmóvil durante horas. Oculto en la maleza, agazapado como un tigre, miraba a sus compañeros desmayados en la arena de la playa. Observando como la marea les mecía con suavidad, se mostraba paciente ante sus presas. Sabía que pronto despertarían, y entonces empezaría la juerga. Diversión de la buena. Y esta vez, él sería el único en llegar.

Fin.