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Un post de Marranenga. |
Después de la primera toma de contacto acabaron todos sentados alrededor de la novia. Más inflexible que el calvo que parecía no entender, Paula juró que no se movería de su sitio hasta que viniesen a buscarla y a llevarla de regreso a casa. Toni estuvo varios minutos intentado comunicarse con el calvo, pero este apenas le prestaba atención. Le hizo algunos de los gestos de la lengua de signos, pero el calvo le miró sin mostrar ninguna emoción, lo que refutó la teoría de Toni sobre que lo que le ocurría a aquel hombre debía ser otra cosa. Resultó que todos habían sido abandonados en la playa junto a una de esas mochilas negras. Buscaron la mochila de la novia, pero fueron incapaces de encontrarla, de modo que supusieron que se la había llevado la marea. Así que juntos, Toni, Marta y Pol, vaciaron las suyas en busca de algunas respuestas que les indicasen que estaba pasando. Tenían todo lo necesario para sobrevivir al menos dos o tres días en aquel lugar. Además en cada una de las mochilas venía algo extra, algo único que no estaba en las otras.
Pol sacó de su mochila una linterna cuadrada. La encendió para ver si funcionaba, pero no emitió destello ninguno. Miró la bombilla, y esta refulgía en verde, pero no aportaba ninguna luz. La enfocó hacía delante, y cuando la movió el calvo pareció salir de su trance y le dirigió una mirada curiosa, como si por primera vez se diese cuenta de que el hombre estaba allí. Pol volvió a presionar el botón para apagarla, y el calvo dejó de prestarle atención. Se hizo de nuevo invisible para él.
Marta sacó de su mochila un cuchillo de caza de unos quince centímetros. Estaba muy afilado en uno de los lados, y en el otro lucía unos enormes dientes de sierra. La chica se miró en el reflejo brillante que el metal le devolvía.
Toni sacó un pequeño cuadrado plateado. Parecía un papel de plata doblado sobre sí mismo una decena de veces. Poco a poco lo fue desenvolviendo, y acabó descubriendo que se trataba de una manta térmica, plateada por un lado, dorada por el otro. Con el calor que hacía aquello le pareció la ayuda más absurda que podía conseguir.
El calvo siguió ajeno a todo y no miró en su mochila. En su lugar, Marta la cogió y tras inspeccionarla descubrió que no había nada extra en ella, a no ser por una doble ración de comida.
Cuando encontraron las tabletas electrónicas dentro de sus respectivas mochilas, y leyeron “la carta” que contenía, todos se miraron en silencio durante un buen rato, entendiendo e intuyendo de forma terrible lo que iba a pasar en los próximos días. Aquella situación era de lo más extraordinario, pero no dudaron ni un momento que lo que allí se decía era verdad. Marta además, se entretuvo estudiando el mapa que también venía en la memoria del aparato.
—Pues, entonces... Quizá debamos ir juntos.— Para asombro de todos, fue Pol el que rompió el silencio. El matón parecía pensativo.
—Sí. Será lo mejor.— Asintió Toni. Ni siquiera había estado de acampada durante más de una noche en su vida, por lo que el tema de sobrevivir en la selva por sí solo, una rata de ordenador como él, le parecía algo fuera de cualquiera de sus capacidades. Marta asintió en silencio, sopesando todas las posibilidades que acababan de aparecer ante ella, desde luego no temía andar sola por la selva, pero prefería hacerlo en compañía.
—Dejaremos atrás al retrasado.— Dijo con indiferencia Pol.— Que se busque la vida, no pienso limpiarle el culo.
—Pues yo no pienso moverme de aquí. Esto debe ser un error.— Dijo Paula sin mirarles. Con furia contenida se alisaba la abultada falda de tul blanco sobre las piernas, arreglándose el vestido como si esperase volver a la iglesia.— Yo iba camino de mi boda... Y de repente... Esto. Ha de ser un error.
Los demás la miraban con lástima. Entendían que habían sido “elegidos” al azar, que aquella chica estuviese allí con su vestido de novia lo confirmaba. Toni empezó a contar que estaba haciendo antes de despertar aquí. No se había movido de casa en días, con la cara pegada a la pantalla del ordenador, debió cerrar los ojos, y al abrirlos se descubrió aquí. Las historias de todos eran similares.
—No vamos a dejar a nadie atrás.— Dijo Marta en tono severo. Todos entendieron que se refería al calvo, pero también lo decía por Paula.–Ya descubriremos lo que pasa en el centro cuando estemos allí. Además tenemos que ponernos en marcha ya. Haremos noche en la selva.
Dicho esto volvió a ponerse en pie sacudiéndose la arena de la ropa con ambas manos, después hizo unos estiramientos de piernas, y se colgó la mochila a los hombros de nuevo. Marta ayudó al calvo a levantarse, lo sacudió también, y con gesto maternal le colocó la mochila a la espalda. El calvo empezó a seguirla sin más, aceptando todos sus gestos. Le miraba los pies, e iba dando saltitos tras ella intentado imitar sus zancadas. Ahora la pierna derecha, ahora la izquierda. Toni intentaba convencer a la novia, pero esta seguía empeñada en no moverse de la playa. Pol se acercó por detrás, y cogiéndola por los brazos como a una muñeca la levantó hasta ponerla de pie sin el más mínimo esfuerzo, cosa que no era difícil para él ya que era un hombre bastante grande y ella estaba rechoncha y tenía cara de ratilla, no medía más de un metro cincuenta. Cuando Paula se dio cuenta de que en aquel asunto tenía las de perder, refunfuñando y maldiciendo por lo bajo, comenzó a caminar hacia los arboles con sus compañeros y con los zapatos de tacón en la mano. Empezó a llorar amargamente cuando se hubieron adentrado en la espesura y las capas de tul de su falda se hicieron jirones al engancharse entre la maleza.
Por fin se ponían en marcha, ahora tocaba seguirles y esperar su oportunidad.
—¡Eh! ¿Quién hay ahí? —Gritó Pol de repente. Había estado nervioso desde que entraron en el bosque. Mirando a un lado y a otro, sintiéndose observado y perseguido. Y ahora, por el rabillo del ojo acababa de pillar a su perseguidor.
“Mierda”, no podía dejarse atrapar. Esto se suponía que no debía suceder así. Echó a correr entre la maleza intentando hacer el menor ruido posible. Con suerte el tal Pol pensaría que sus sentidos lo traicionaban.
—¿Qué pasa? ¿Has visto algo? —Preguntó Marta ante la reacción asustada del matón. Al igual que los otros no había notado nada, pero Pol se quedó quieto unos minutos, con los brazos caídos pero tensos y los puños cerrados. Había visto algo, sí. Pero lo que había visto, o lo que había creído ver no era posible. Marta se puso a su altura, mirándole preocupada. Pol dejó de prestar atención a la maleza.
—Joder... Creo que he visto... —Se detuvo antes de terminar la frase, no parecía muy seguro de sí mismo.
—¿Qué? —Preguntó Paula desde más atrás. Todos podían ver que Pol estaba desconcertado.
—Nada, habrá sido cosa de mi cabeza. —Dijo sin más, girando sobre sus talones y volviendo junto al resto. Marta le siguió con gesto extrañado. No creía posible que alguien así se asustase por un “nada”.
Siguieron caminando durante unas horas más. De vez en cuando, Marta o Pol, iban consultando el mapa en las tabletas para saber cuando les faltaba para llegar al centro, y empezaban a sospechar que no llegarían ni en dos días. Y para añadir más emoción, la batería de las tabletas empezaban a morir, no alcanzarían ni hasta la noche. Desde hacía rato andaban por una zona bastante despejada, y el sol empezaba a sumergirse en el horizonte. Decidieron montar el campamento en un pequeño claro, encendieron una fogata en el centro, y se dispusieron al rededor. En todas la mochilas había raciones de sobra para la cena. Ninguno habló mucho durante el rato que estuvieron despiertos. Todos se estudiaban los unos a los otros. Pol, en su cabeza, estaba trazando un plan para lograr ser el único superviviente. Cuando todos se durmiesen, robaría el cuchillo de Marta, las raciones y el agua, y seguiría el camino solo. Los esperaría al final del trayecto, si llegaba mucho antes le daría tiempo a montar un par de trampas, y cuando ellos llegasen allí... Se recostó fingiendo estar dormido, el resto se acomodó también en el suelo mullido de hierba. Al poco rato podía oír las respiraciones pausadas de todos mientras dormían. Se incorporó haciendo el mínimo ruido posible. El primer objetivo era el cuchillo. Se rió para sus adentros pensando en la reacción de la chica al despertar. Entonces un guijarro cayó a sus pies. Venía desde atrás, de entre la maleza. Era evidente que alguien se lo había lanzado desde allí. Se quedó mirando hacía la espesura, pasado un momento un segundo guijarro salió de nuevo propulsado hacía él, impactando en su cabeza esta vez. Susurró un “¡ouch!” llevándose ambas manos al lugar donde había sido golpeado. Sin saber qué esperar dio un par de pasos hacia los arboles, quizás su plan de robo y fuga podía esperar a que le partiese la crisma al gilipollas que estuviese lanzado piedras. Cuando estuvo cerca de la vegetación la sensación de irrealidad que había experimentado al inicio de la caminata en la selva, volvió. De nuevo tenía frente a sí a alguien que no podía estar allí.
—Ven aquí idiota, o harás que te maten.
De nuevo aquel sonido chirriante le martilleó el cerebro. Toni despertó de un sobresalto, no fue consciente del grito de terror que salió de su garganta, pero Marta sí. Aturdido y soñoliento cogió de nuevo los audífonos. Los miraba con gesto de extrañeza. Marta lo tomó con suavidad por las muñecas, ella le habló, y a pesar de que no podía oír lo que le decía, si pudo leer en sus labios un “¿Qué ocurre?”, colmado de preocupación. Con algo de pudor, trasteó los aparatos intentado que volviesen a funcionar con normalidad. Volvió a colocárselos.
—No pasa nada. Es que desde que estoy aquí estas cosas se han vuelto locas. —Dijo algo avergonzado. El rostro de Marta no cambió. Ella le miró con más atención. Marta empezó a acercarse despacio a él.
—¿Lo oyes? —Dijo la chica que susurraba desde su lateral derecho. Marta había situado su oído junto al de él, y parecía absorta escuchando el tenue murmullo que salía de su audífono.
—Sí, bueno. —Toni carraspeó un poco. —Ya te digo que no funcionan bien. Hay como... interferencias.
Marta cogió uno de los aparatos y se lo colocó en el oído.
—Es como la radio... —Dijo mirando a la nada, intentado concentrarse lo máximo posible en el ruido que emitía el aparato. Toni percibió entonces, que aquel siseo que sonaba como ruido blanco eran en realidad palabras. Con el dedo índice subió el volumen y entonces las oyó claras. Se trataba de una conversación indescifrable entre dos personas.
—¡Están hablando! —Emocionado subió también el sonido del audífono que Marta se había puesto, esta le devolvió una mirada entusiasmada. —Pero... ¿En qué idioma hablan?
–—No lo sé. No se parece a nada que haya oído antes. —Respondió ella. ―¡Eh! Chicos despertad, hay algo que...
Levantó la mirada hacia el campamento, pero con el susto y después la emoción no se había dado cuenta de que solo ella y Toni permanecían junto a la hoguera. No había rastro de los otros. Marta se puso en pie, inspeccionado mejor la zona, Toni la imitó sin comprender muy bien qué hacía.
—Es posible que se hayan marchado sin nosotros. —Dijo Toni. Aquella idea le agradaba más de lo que se atrevería a decir en voz alta. Pol le daba miedo, y Paula le parecía insoportable.
–—¿Con el calvito? Marta estaba segura de que algo no marchaba bien. —Me juego el premio a que no. Esos dos traman algo, y no será nada bueno. Vamos, hay que encontrarles.
Sin más se puso en marcha. Dio un par de vueltas al perímetro, y aún con la poca luz que daban la hoguera y la Luna, consiguió encontrar un rastro claro. A Toni le maravillaba cada vez más su pericia. La siguió como un perrito cuando se internó en el bosquecillo que quedaba a la izquierda del claro. Apenas habían caminado unos metros cuando un fuerte olor acre les goleó. Toni reprimió una arcada, mientras que la chica se limitó a poner una mueca de asco. Al final del camino de hojas aplastadas, el que Marta había definido como el rastro, se empezó a alzar un resplandor verdoso que se colaba entre la maleza e iba intensificándose a medida que se acercaban al lugar. El olor a vómito también iba creciendo.
Desde luego no estaban preparados para afrontar lo que había en aquella luz verde y fluorescente.
Apartaron las hojas con cuidado, y al acercarse la luz pareció vibrar, como si fuese consciente de su presencia. El ruido blanco en los audífonos se intensificó, junto con los incomprensibles murmullos, pero esta vez Toni no se sobresaltó tanto como las anteriores. Todo el conjunto era escalofriante. La luz emanaba de una masa medio descompuesta que a su vez estaba cubierta de gusanos, todo envuelto en una gruesa pátina de baba. Toni se quedó petrificado a una distancia prudencial, Marta en cambio se acercó con paso lento. Frente a ellos y a contraluz, se recortaba la silueta de alguien que parecía estar sentado frente al grotesco espectáculo. Resultó ser el calvo. Miraba divertido la escena. Con los dedos crispados cogía uno de aquellos gusanos, que también parecían refulgir con la misma fluorescencia, y lo apretaba hasta aplastarlo. Los restos del bicho le chorreaban dedos abajo hasta los codos. A él le parecía de lo más gracioso, ya que cuando el cuerpecito del insecto se colapsaba bajo la presión hasta que sus órganos y fluidos salían disparados al aire rasgando piel y carne, el hombre abría la boca y parecía reír a carcajadas. Unas carcajadas mudas y escalofriantes que hicieron estremecer a Marta. En un arrebato, la chica arrancó un ramillete de hojas y maleza de alrededor, y le limpió la mano al calvo. Toni al ver el gesto resuelto y maternal se preguntó si aquella mujer tendría hijos. Mientras eliminaba los restos de varios gusanos aplastados, Marta desvió la vista hacía la mole apestosa y brillante que tenían enfrente. Sin sorprenderse demasiado, pudo adivinar unas facciones ratoniles de lo que antes podría haber sido una chica arrogante e insoportable de un metro cincuenta y vestida de novia. Un ojo aquí, un brazo allá, unos rasgones de tul allí. Levantándose rápidamente, tiró de la mano del calvo, que obedeció al impulso poniéndose de pie y siguiendo a la chica, al igual que había hecho la mañana anterior en la playa.
—Ya no hay más que ver. —Dijo con tono grave. —Volvamos al campamento.
—Pero... ¿Y la novia? –Toni que no se había acercado a aquello, estaba desconcertado. —¿Y Pol?
—Eso es lo que queda de ella. —Respondió Marta señalando al montón de baba. —Y Pol me importa una mierda en este momento.
“¿Aquello era Paula?”, la idea le cayó como un rayo. No por que acabase de entender que la chica había muerto, si no porque la idea del Juego se hizo muy real de repente. Todos podían morir allí. “Todos moriremos aquí”.
Sin más se dobló hacia delante y vomitó.
Continuará...
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