miércoles, 8 de febrero de 2017

La Isla - Capítulo 4 de 4 -

Un post de Marranenga.















—¿Nos hemos perdido? —Preguntó Toni por séptima vez.
Marta puso los ojos en blanco y dejó de andar. Exasperada le espetó un “No” agrio. Toni estaba derrotado. En cuanto Marta dejó de andar, él se sentó en el suelo, dejándose caer agotado. Había caminado durante todo el día. Hacía rato que la arboleda más espesa había quedado atrás, y ahora el paisaje era más agreste, con algunos matorrales altos y arboles bajos diseminados. Decidieron dejar de seguir el cauce del río, ya que parecía que se dirigían a una cresta y Marta pensó que iba a ser difícil escalar por la cascada. Si es que la había. “Sortear las rocas será menos peligroso” había dicho convencida. Habían seguido caminando junto al lindero del bosquecillo, y todavía no habían conseguido llegar. “Solo un poco más...” Se dijo Marta. Ella habría podido andar toda la noche si con eso llegaba, pero Toni no. Estaba empezando a anochecer, y Toni había interpretado aquel parón como un descanso definitivo. Estaba empezando a quitarse los zapatos, e inspeccionándose asqueado y dolido las ampollas gordas y rosadas que le habían nacido en los pies.  

—Está bien. —Se rindió Marta por fin. —Haremos noche aquí. Mañana subiremos la cresta.
De nuevo Marta, con la poco útil ayuda de Toni, preparó un pequeño campamento para los tres. Mandó al chico a recoger algo de leña para encender un fuego, y así ella terminaría de sacar las cosas de las mochilas para poder pasar la noche al raso. Se le dibujó una sonrisa al pensar en cómo habrían sobrevivido Toni y el calvito si ella no hubiese estado allí. Mientras quitaba algunas piedras del suelo que iba a ser su cama observó al pelado. Estaba tendido boca arriba sobre la tierra, con manos y piernas totalmente extendidos, miraba el cielo extasiado. Ella siguió a lo suyo. De improviso el calvo empezó a aplaudir entusiasmado, aún tumbado boca arriba, aplaudía y señalaba excitado a algo en el cielo. Marta pensó que quizás había pasado una estrella fugaz. Miró al cielo divertida ante el comportamiento del calvito. El firmamento estaba perlado de estrellas. Jamás había visto un cielo tan hermoso, y era una lástima que lo tuviese que hacer en aquellas circunstancias. Si hubiese tenido tiempo le habría gustado más saber sobre los astros, pero eso sería ya quizás en otra vida. Se permitió un momento de relax deleitándose con el cielo nocturno. Algo se movió allí arriba. “¿Qué es eso...?”  Nada de lo que ella conocía podía moverse de aquel modo. Una pequeña luz verdosa, que se iba agrandando y empequeñeciendo a intervalos regulares, empezó a oscilar, y después a zigzaguear de un modo frenético. Marta se puso en pie sin poder apartar la vista de “aquello” que ahora parecía moverse en su dirección a miles de metros de altura.

¿Viene hacía nosotros?

—¿Qué haces? —La voz de Toni la sacó del embrujo. —Por el olor pensaba que ya habías encendido el fuego.
El chico acababa de salir de entre los árboles, venía cargado con unas cuantas ramas, y miraba a Marta con expresión de extrañeza. Ella le miró a él, y después de nuevo al cielo levantando la mano para señalarle que era lo que había allí, pero entre las estrellas ya no pudo encontrar nada. Solo oscuridad infinita. Ella pareció desconcertada, pero Toni siguió a lo suyo, como si no pasase gran cosa. Dejó las ramas en el centro del pequeño campamento que Marta había preparado, y siguió comentando que le olía a quemado. Ella apenas le prestaba atención, de vez en cuando lanzaba alguna mirada angustiada al cielo. Tras encender el fuego, sacaron las pocas raciones que les quedaban y se pusieron a cenar. El calvito volcó su mochila, ofreciéndoles toda la comida que le quedaba, pero él se negó a comer. Algo había cambiado en su cara, parecía extrañamente feliz.    

Por fin se habían dormido. Por un segundo le pareció que la chica iba a descubrir algo, pero no fue así. Aquel engendro merecía morir. Si el otro no lo había conseguido, él sí. Sacó su linterna y se dispuso a salir de la maleza, directo hacía el campamento. Se colocó a unos metros de ellos, y accionó el botón. La bombilla pareció no funcionar, pero él sabía que sí, que si miraba hacía ella vería como destellaba en verde.

La llamada silenciosa le despertó. Al igual que le había sucedido en la playa, detectó la señal a ras del suelo, cosa que no solía suceder. Ellos siempre estaban en el cielo. Pensó que era posible que por fin viniesen a buscarlo. Se levantó y fue hacia aquello. Pero cuando se fue acercando notó que algo no iba bien. Aquella luz no la enviaba un amigo. Pudo olerle. Mientras tanto Toni se despertó alterado, dio un grito, al igual que la noche anterior, ya que la interferencia en sus audífonos había vuelto de repente. El grito despertó a Marta, que ya no sabía que esperar. La chica se puso de pie en un salto, mientras Toni intentaba calibrar – de nuevo – sus aparatos. Ella miró al rededor comprobando que todos estaban bien. Pero no era así. El calvito iba hacía algo junto a los arboles. Caminaba de una forma extraña. Andaba agazapado, su espalda comenzaba a curvarse en un ángulo extraño. Ella echó a andar tras él. Bajo su camiseta el pelón empezó a brillar. A brillar en color verde, exactamente. El calvo, adorable e indefenso, estaba ahora mutando. Sus omóplatos salieron disparados hacia atrás, soltando un gran crujido, a su vez, el cráneo y la barbilla parecían alargarse desproporcionadamente, confiriéndole una suerte de hocico grotesco, y su cabeza calva empezó a refulgir como una bombilla. Alargó los brazos en dirección a la maleza y a Marta le parecieron demasiado largos y grimosos. Aquello ya no era el calvito. Marta intentó seguirlo lo más cerca posible sin llamar su atención. Habían caminado ya unos metros, y ella miró hacia delante, entonces supo qué los estaba atrayendo. Frente a ellos, a unos pocos metros, había un hombre agachado. No podía reconocerle en la oscuridad, pero parecía que sostenía un objeto con el que apuntaba hacia  el engendro que antes había sido el calvito. Toni apareció corriendo detrás de ellos, cuando llegó a su altura y vio lo que estaba pasando retrocedió asustado al grito de “¡¿Pero esto qué es?!”. Aquel chillido histérico fue el pistoletazo de salida. El monstruo se volvió mirando sorprendido a Toni y Marta, siendo consciente de que lo habían descubierto les lanzó una especie de gruñido mudo entre espumarajos de baba, su rostro también había cambiado por completo. Los ojos se le habían puesto a los lados, casi en las sienes, se habían ennegrecido y disminuido en tamaño. La nariz también había desparecido, dejando solo dos orificios para respirar, lo que le daba un aire reptiliano espeluznante. Toni cayó de espaldas, cubriéndose el rostro aterrado, pero Marta afianzó ambos pies en el suelo dispuesta a entablar batalla. Cuando la criatura se lanzó sobre ella de un salto, la verdosa luminiscencia que emanaba de sus fauces fue lo último que vio. La criatura, ya completamente fluorescente, desencajó su boca hasta que consiguió que toda la chica pasase entre sus mandíbulas, a medida que el bulto iba bajando por su garganta hasta su panza, el cuerpo se iba deformando y ensanchando, dando cabida al alimento. Para facilitarse la tarea el monstruo acompañaba la digestión con embestidas espasmódicas que iban acomodando el bulto en su interior. Toni se quedó petrificado, mirando desde el suelo el grotesco espectáculo. Se olvidó de la figura oscura que había estado al otro lado, quien había provocado todo aquello. Solo podía pensar en que Marta quizás estuviese muerta, y que él tendría que enfrentarse a  aquello, solo.

“Ojalá todo esto fuese un videojuego”.

En su mente confusa y perdida, ideas absurdas empezaban a perfilarse. Pensó en huir. Se levantó poco a poco albergando la esperanza de que la criatura, ocupada en la digestión, no reparase en su escapada. Echaría a correr, hasta la playa si era necesario, se alejaría de todo aquello. Volvería a casa nadando si era preciso. Pero una vez estuvo incorporado, la criatura empezó a moverse más violentamente. Los espasmos se convirtieron en arcadas, se balanceó hacía delante dos veces, y a la tercera volvió a abrir la boca y una masa verdosa salió de ella estrellándose contra el suelo con un ruido sordo y pegajoso. Toni entendió entonces la muerte de la novia. Marta había pasado a ser una masa informe de restos de hueso, piel y órganos, cubierta por una gruesa capa de baba y gusanos gordos como un dedo, todo ello irradiando verde. El engendro pareció recomponerse y fijó su mirada en Toni. El joven hubiese podido jurar que incluso tenía un gesto guloso en el rostro, a pesar de que la boca del calvo se había convertido en un hocico culminado por un agujero repleto de dientes finos y puntiagudos. Toni era el segundo plato. Se hinco de rodillas, y llorando esperó su final.

—¡Eh hijoputa! ¡Te voy a meter este machete por el culo!
—¿Pol? —Musitó Toni asombrado y aliviado. No entendía como Pol, al que creía muerto, había aparecido entre él y el monstruo, cuchillo de monte en mano. La criatura al verle lanzó otra ráfaga de babas, esta vez colmada de ira. El ser empezó a arquear el cuerpo, dispuesto a saltar sobre su nuevo objetivo, pero Pol fue más rápido. Se lanzó en estampida hacia delante, abrazó al engendró y entre las sacudidas de este, lo acuchillo en el costado una veintena de veces. El engendro, al sentirse herido, retrocedió unos pasos, agitándose violentamente para liberarse de Pol del que consiguió zafarse. Algunos de sus órganos, blanquecinos y viscosos, cayeron al suelo reventando a causa del impacto. Pol, cambió el cuchillo de mano, y observó al monstruo. Este también le observaba. No había esperado tal reacción por parte del hombre, y ahora estaba herido de muerte. No jugaría más con él. Agarrándose el costado, el engendro se arqueó de nuevo para saltar sobre Pol con las fauces abiertas, tal y como hiciese con Marta. El matón afianzó los pies en el suelo, y sujetando el cuchillo con ambas manos por encima de su cabeza, esperó al alienígena. Este saltó sobre él, cuchillo y  cabeza pasaron por la garganta del ser, pero nada más. Pol, una vez se aseguró que sus dos manos estaban dentro de la boca del mutante, las lanzó hacia arriba y las clavó en el paladar de este. El monstruo se revolvió al sentir la punzada de dolor, pero el hombre hizo acopio de sus fuerzas, mantuvo el cuchillo clavado en la carne blanda, y además se echó hacia atrás desgarrando el tejido. El cuchillo salió por la parte delantera de la cabeza del engendro. Finalmente el ser cayó al suelo, envuelto en un espeso líquido resplandeciente. Mientras perecía en agonía, Pol le asestó una patada furiosa en el torso para después escupirle con desprecio. Pol tenía los hombros y los brazos cubiertos de baba, que a medida que pasaban los segundos parecía quemarle la piel. Se agachó sobre el alien, ya muerto en el suelo, y le arrancó un jirón de lo que antes había llevado por camiseta. Con aquel trapo se limpió, pero sobre su dermis quedó impresa la roja mordedura del ácido. No había llegado a perforarle, pero si le quemaba. Por fin se dio la vuelta para mirar a Toni, que seguía en el suelo con la cara bañada en lágrimas. Dio unos pasos hasta él, y entonces le tendió la mano.

—Pero pensaba que habías muerto. —Dijo Toni una vez que estuvo de pie. Estaba realmente confundido.
—Ese fue el otro Pol. —Empezó a explicar el matón con aire distraído. A la vez que hablaba intentaba ubicarse. —Él estaba aquí antes, los mismos que pusieron a esa cosa con nosotros lo pusieron a él. La otra noche me llamó para explicarme todo lo que iba a pasar. Aunque no ha sido precisamente como el cabrón dijo. ¡Bah! Ahora ya da igual. ¡Que le jodan! En unas cuantas horas en esa dirección estaré en el centro y habré ganado. Puedes quedarte aquí o seguirme. Me la suda.         

Toni entendió poco de lo que había dicho, pero daba igual. Estaba vivo, y eso era lo importante. A pesar de que estaba agotado, aceptó seguir caminado con Pol. Con este Pol. Intentó que le contase algo más, pero el otro le fue soltando evasivas, mandándolo a la mierda eventualmente. Llegaron a la cresta que unas cuantas horas antes había anunciado Marta. Toni echaba de menos a su compañera. Poco a poco, comenzaron a ascender. A Toni, los pies le ardían. Pero tenía que seguir adelante. Albergaba la certeza de que si no llegaban juntos, su victoria no sería dada por válida. El cielo empezó a clarear, en algo más de una hora habría amanecido. Caminaron durante toda la noche. Una vez se encontraron sobre la cumbre, Pol se detuvo.

—¿Sabes? La linterna lo atraía, al monstruo ese. Tenía un rollo raro con la luz. —Dijo mirando la linterna con melancolía, como quien observa a un viejo amigo. Después apretó el botón de encendido, y enfocó con el aparato a todos lados, haciendo un gesto fingido y teatral. —Ahora ya no me vale de una mierda, ¿No crees?

Dicho esto la lanzó ladera abajo. Ambos se habían detenido. Toni, agotado agradeció el descanso.

—Mira chico, no me caes gordo, no me malentiendas. —Dijo Pol, que ahora miraba fijamente su reflejo en el enorme cuchillo de caza. —Pero eres un puto inútil, y no te mereces estar aquí.

Toni había esperado algo así. Sabía que aquel abusón no se contentaría con llegar al centro, quería  hacerlo solo.

—Así que voy a rajarte el cuello. Pero sin rencor ¿Eh? —Y entonces le miró. Aquello le divertía. Aun a la luz del alba incipiente, podían verse el uno al otro claramente. Pol se acercó hasta el chico,  y de súbito este se encogió cerrando los ojos con fuerza y llevándose las manos a las orejas. A Pol le divirtió pensar que se iba a echar a llorar de nuevo. Pero aquello no era lo que estaba pasando, de nuevo los audífonos de Toni se habían vuelto locos, exhalando agudas interferencias que le hicieron estremecerse. Sin pensar en nada más intentó regularlos, pero al final acabó bajando del todo el volumen, ya que el ruido era insoportable. Una vez hubo pasado esta pequeña crisis volvió a abrir los ojos, y lo que vio le dejó asombrado. A unos cientos de metros de distancia, en el cielo, un gran artefacto oscilaba en el aire. Era una nave en forma de punta de flecha, que escrutaba los suelos emitiendo breves ráfagas de luz. Les estaba buscando. Toni levantó la mano derecha señalando aquello en el firmamento, pero Pol ni si quiera se dio la vuelta. Le vio mover los labios, pero no se molestó en descifrar lo que le decía. Finalmente el haz de luz de la nave los envolvió. Pol desesperado miró a su alrededor buscando la linterna, pensó que quizás pudiese ahuyentarlos con ella, sin comprender que era precisamente eso lo que los había atraído. Pero en la mente lógica y práctica de Toni, todo cobró sentido. Los dos hombres, bajo la influencia de la luz, empezaron a levitar, siendo atraídos hacía la nave. Pol empezó a bracear desesperado, intentado escapar de aquello, parecía nadar en el aire. Toni por su parte, rebuscaba frenéticamente en la mochila.

Tenía un rollo raro con la luz.                  

Aquello era la clave de todo. Por fin consiguió sacar y desplegar su manta de papel plateado, y se la echó por encima quedando del todo cubierto. En el preciso instante que la luz dejó de tocarle, cayó a tierra, libre de su influjo.

Permaneció horas en aquella posición. Estaba completamente aislado del exterior. La manta térmica había cumplido su función, y no dejaba entrar en su escondite ni un ápice de luz. Con los audífonos apagados tampoco podía oír nada a su alrededor. Tras un largo rato, salió de debajo de su capa protectora. Había amanecido por completo y estaba solo. Ni rastro de Pol. Ni rastro de la nave. Tardó un tiempo en recomponerse. Consiguió hacer funcionar sus audífonos, y comió su última ración, una de las que le había dado el calvito-monstruo. Miró hacía abajo, y le pareció estar muy cerca del centro. Al final sería el único en llegar. Lo invadió una sensación trágica y placentera. Por fin se puso en pie, y caminó hasta su nuevo final.

A muchos kilómetros de distancia, más allá de la estratosfera, Pol permanecía tumbado sobre una superficie lisa de metal. El interior de la nave estaba frio y oscuro, a excepción de la luz que lo mantenía anclado a la mesa. Era un rayo de fuerza similar al que habían usado para su abducción. Sobre su cuerpo desnudo una decena de dedos largos y verdosos marcaban puntos aquí y allá. Aterrorizado, Pol intuía siluetas en la oscuridad, los oía sisear. Quizás si hubiese podido interpretar los sonidos, había descifrado su conversación.

—El experimento ha fallado. Debimos hacerle más... Comunicativo.
—Cabía la posibilidad de que la combinación de nuestro ADN con la de los sujetos no funcionase.
—Entonces, ¿Qué hacemos con el humano?
—¿Lo mutamos también?
—¿Y que vuelva a fallar? No. Necesitamos otra cosa.
—¿Y si lo mandamos de vuelta al principio?
—¿Qué interés científico podría tener?
—Bueno... Podría ser divertido.
—Sí. Lo será. Ponle unos sensores y estará listo.  

Pasados unos momentos los siseos cesaron. Pol los oyó trastear emocionados a su alrededor. Buscaban algo. Uno de ellos lo agarró desde arriba por los pómulos, evitando que hiciese cualquier movimiento brusco. Otros dedos afanosos le amarraron muñecas y tobillos con correas metálicas. Desde ambos laterales dos taladros con punta de gruesa aguja, se fueron acercando hasta incrustarse en sus sienes. El dolor fue insoportable, y Pol gritó desesperado. A los pocos minutos de soportar el dolor le sobrevino la oscuridad.

Pol permaneció inmóvil durante horas. Oculto en la maleza, agazapado como un tigre, miraba a sus compañeros desmayados en la arena de la playa. Observando como la marea les mecía con suavidad, se mostraba paciente ante sus presas. Sabía que pronto despertarían, y entonces empezaría la juerga. Diversión de la buena. Y esta vez, él sería el único en llegar.

Fin.


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