miércoles, 1 de febrero de 2017

Sabine - Parte 1 de 2

Un post de Balasero




















 Distrito de Berlín-Neukölln. Alemania. 19/07/2000. Miércoles. 02:20 am.



  —¡Vamos tía, me cago en la puta! —Rolf, de pie junto a la puerta del lujoso Masseratti amarillo, no paraba de mirar para todos lados mientras cambiaba el peso del cuerpo de una pierna a otra, marcándose un baile donde los nervios llevaban el ritmo. El aparcamiento permanecía a oscuras, lo que era una buena señal; estaba convencido de que si se encendían las luces le iba a dar algo. Aún con la capucha puesta y tras haber pintado con espray las tres cámaras de vigilancia que cubrían la zona, no las tenía todas consigo. Este trabajo en la zona pudiente del distrito no le había dado buena espina desde un principio.

  —Se supone que tú eres la habilidosa, ¿no? Estás tardando demasiado y nos van a enmarronar. ¡Coño! —añadió Dieter claramente nervioso. Agachado junto a la puerta del copiloto alumbraba a la muchacha con una linterna de bolsillo.

  Sabine, situada entre los asientos delanteros, se inclinaba de forma que la mitad de su menudo cuerpo quedaba bajo el salpicadero. Con la cabeza junto al volante manipulaba un amasijo de cables de colores que acababa de «destripar». Se escurrió un poco más para tener mejor movilidad y al hacerlo la minifalda de cuero verde se le subió casi hasta la cintura.

—Joder Dieter ya te dije que este modelo era muy chungo de levantar, dame cinco minutos más.

El rubio greñudo se quedó embobado mirando las braguitas negras de su prima y la redondez de su perfecto culito. Ahora no le corría tanta prisa terminar el trabajo. Enfocó directamente a las hipnóticas nalgas, divagando sobre todo tipo de actos incestuosos, hasta que vio a Rolf, devorando con la mirada el mismo trozo de carne, convertido también en un perfecto salido. Sintió entonces ultrajado el honor familiar. Una cosa es que la mirase él, a fin de cuentas era su prima y eso le daba ciertas licencias. Pero aquel capullo austriaco no tenía ningún derecho. Así que dejando apoyada la linterna de manera que siguiese ofreciendo luz a la chavala, se levantó y lo agarró por el pescuezo, susurrándole al oído en un marcado tono amenazador:

—Más te vale estar a lo que has venido puto capullo, como te vuelva a ver mirando así a mi prima te corto los huevos….¡Serás mamón! Le empujó con tal fuerza que el joven trastabilló unos metros y quedó de rodillas.

—¡Anda vete hasta esa esquina y no quites ojo! No sea que aparezca algún hijo puta y nos joda el curro.

 Volvió a la ventanilla del coche.

—¿Y tú cómo coño vas con eso, gatita? —preguntó sin quitarle ojo a la entrepierna de la muchacha, ahora despatarrada en una posición un tanto extraña.

—Ya casi lo tengo, primo. Creo que ya los he encontrado —probó la combinación que creía correcta, pero aquella tampoco resultó ser la buscada. Soltó un sonoro bufido de desaliento.

—Coño Sabine, que llevamos aquí más de quince minutos… ¡Coño, coño!… —Con cada «coño» estampó su mano abierta sobre la puerta; si aquel no fuese un encargo directo de Fatih, la mano derecha del jefe, ya se habrían dado el piro hace rato. Encendió un cigarrillo y se quedó mirando nuevamente el trasero de su prima. Desvió el fino haz de luz enfocando directamente a la vulva, que se insinuaba bajo la apretada braga.

 «Coño… coño»

—¡Déjate ya de tontadas y alúmbrame bien, que no veo una mierda aquí abajo!

El follón de cables que tenía colgando del salpicadero era considerable, probaba a frotar unos con otros, desechando y encintando a parte los ya examinados. Estuvo así otros cuatro minutos hasta que dio con la combinación exacta, produciendo la deseada chispa en el motor.

—¡De puta madre! —exclamó Sabine bajo el volante. La complejidad de aquel puto coche había conseguido agobiarla, los interminables minutos metida ahí abajo se le hicieron muy pesados, sin contar con la espalda que llevaba rato quejándose por la postura.

Dieter ya había abierto la puerta del conductor, contento como un crío tiró el cigarrillo con gesto nervioso.

—¡Vamos niña, quítate de ahí! Que esto ya es cosa del jefe.

—¡Te he dicho mil veces que no me llames niña!, que ya he cumplido los dieciséis. ¡So gilipollas!

—No. Desde luego que ya no lo eres. Vaya culito has echado. ¡Guau! —puso cara de malandrín y soltó una risita de hiena.

—¡Mira que eres mamón! —rió Sabine, dándole tres puñetazos en el hombro.

—¡Augh! ¡Para, pedazo de animal! —se quejó Dieter con falso enojo. —Anda, échale un grito al capullo ese, que nos las piramos.

—No corras tanto, Don prisas…

Sabine terminó de unir los tres cables encintándolos con meticulosidad, su primo pisaba el acelerador a cortos intervalos mientras buscaba a Rolf con la mirada.

«Pero dónde coño se ha metido el anormal ese» «No, si al final tenía que haberle hecho caso a Fatih. Ese tío no es de fiar, está claro que no se puede contar con él. Fijo que se las ha pirado el muy cagao».

—Rolf… Rolf… contesta, joder. ¿Dónde te metes? —llamó Sabine a media voz asomando la encapuchada cabeza por la ventanilla. Se estaba empezando a preocupar, ya que fue ella quien insistió ante Fatih para que les acompañara el austriaco. El chaval le caía bien y hasta le estaba empezando a gustar.

—Este tío se las ha pirao, lo que yo te diga, prima —Dieter quitó el freno de mano y movió la palanca de marchas—. Nos vamos, no pienso esperarle ni un segundo más. ¡Esto no es profesional, coño!

—¡Nadie va a ir a ningún lado! —bramó una recia voz con marcado acento.

—¡Unos putos críos no se van a llevar mi coche! —Gritó de nuevo el extranjero. El trueno de su voz amplificado por el eco del garaje encogió el corazón de Sabine.

«¡Me cago en la puta!...Ya nos han empapelao…»

Se hizo la luz en toda la planta del amplio y desierto garaje, cegando por unos momentos a los jóvenes ladrones, hasta que sus retinas se acostumbraron a las nuevas condiciones de luminosidad. No alcanzaron a ver a nadie…

«¿Dónde coño estás cabrón?»

Dieter echó mano a su arma, una vieja Luger de coleccionismo modificada para que se pudiese disparar.

—¿Pero qué coño haces primo... no pensarás…? —El susurro de Sabine fue acallado por unos pasos que sonaron demasiado cercanos.

Un enorme turco apareció tras la curva del pasaje que conducía a la salida de vehículos, vestido de pies a cabeza con chándal y zapatillas blancas, anillos y cadenas de oro. Llevaba a Rolf agarrado por la cabeza con el brazo izquierdo, mientras que con el derecho apretaba una enorme navaja contra su cuello.

—¡Ya os estáis bajando de mi puto coche, o este panolis no lo cuenta!

Rolf gimoteaba mientras era prácticamente llevado en volandas. Se detuvieron en medio del carril de salida. La navaja del turco se hundió levemente en la garganta de su prisionero, dejando brotar un hilillo de sangre que resbaló hasta perderse por el cuello de la chaqueta. Rolf emitió un sordo gemido mientras notaba cómo la vejiga se relajaba hasta liberar todo su cálido contenido, calentándole las piernas y formando un nauseabundo charco de humillación bajo él.

—¡Me cago en tu puta raza, y en tu puto meado, puto subnormal! —El turco dio un paso atrás, su fría mirada se tiñó de odio.

Sabine reconoció a  aquel tipo al instante, era Yusuf. Un narcotraficante con fama de ser un auténtico hijo de perra. Solía aparecer una vez al mes por el almacén del puerto para pillarle buenas cantidades de jaco a Hüseyin, y moverlo a través del entramado que tenía montado por la zona sur del distrito.

«¿Pero de qué coño va todo esto?» pensó desconcertada. «¿Qué puto sentido tiene que el jefe nos envíe a levantarle el coche a uno de sus mejores clientes?...¡¡Putos turcos!!»

Se escurrió hacia la parte trasera como una anguila.

—¿Pero dónde coño vas? —Dieter no entendió el movimiento de su prima.

—A ese tío lo conozco… hace tratos directamente con el gran jefe… no puede verme aquí, o se va a liar gorda. Me temo que nos la han jugado, primo.

—¡Me cago en la puta madre que me parió! —Dieter montó en cólera.

Él no pertenecía directamente a la organización de Hüseyin, simplemente hacía trabajos para éste cuando su prima le llamaba. Ella sí que estaba metida hasta el cuello, y lo estaba desde que escapó del orfanato con trece años. Fue recogida bajo la protección del jefe mafioso, que la cuidó e instruyó como a una hija propia. Siempre le había parecido una simbiosis anormal, que un turco despiadado y sangriento se preocupara de una niña blanca sin llevarse algún tipo de bonificación a cambio. Desde luego, y por su propio bien, nunca se atrevió a preguntar a nadie sobre esto. Las cosas eran así y así debía aceptarlas. Pero lo que no estaba dispuesto a aceptar era el dejarse joder por otro puto moro de mierda.

Apretó los dientes, pisó el acelerador y salió chillando rueda, dándole absolutamente igual que aquellos dos estuviesen en su camino; de hecho, si se los llevaba por delante aún mejor. El estado en que quedara el coche le traía sin cuidado, a pesar de saber que se la jugaba si lo entregaba en mal estado. A Fatih no le gustaban nada los errores, y todos sabían que el lugarteniente del gran jefe no era hombre de dar segundas oportunidades. Pero en ese momento solamente cabía una consideración: salvar el puto cuello.

—¡Pero qué cojones haces! —Chilló Sabine.

Yusuf, al constatarse de las intenciones de aquél blanquito, no se permitió el lujo de vacilar ni un instante. Con un limpio y rápido movimiento seccionó la tráquea de su prisionero y lo arrojó contra el coche que se le venía encima. Saltó ágilmente a un lado, evitando por centímetros el retrovisor, que fue arrancado igualmente por una columna. Rolf, en cambio, chocó brutalmente contra el faro derecho del Masseratti y voló hasta impactar sobre el parabrisas, expectorando grandes cantidades de sangre por la boca y por la mortal herida de su cuello.

Dieter perdió el control del deportivo, zigzagueó unos metros hasta chocar brutalmente contra la máquina de control de la puerta levadiza del parquin. El impacto dobló el morro hacia adentro, levantando toda la trasera del vehículo, que se mantuvo unos segundos en el aire. Sabine salió despedida, golpeándose con el asiento delantero, rebotó y fue a parar de cabeza contra el salpicadero, cayendo al instante en el profundo pozo de la inconsciencia. Su primo atravesó el agrietado cristal parabrisas, dejando medio cuerpo tendido encima del humeante capó. Abriendo el único ojo que pudo se encontró de bruces con la lúgubre mirada que se esbozaba en el exhalado rostro de Rolf. Intentó moverse sobre un manto de diminutos cristales ensangrentados, pero la sensación de cientos de agujas apuñalándole el cuerpo se lo impidió.

******

––Lo siento inspector, pero la paciente aún no se encuentra en condiciones de responder a ninguna pregunta.

Las palabras pronunciadas le llegaban como leves ecos de otra dimensión, irreales, fantasmales; ectoplásmicas cadenas silábicas sin demasiado sentido. Intentó abrir los ojos pero desistió por el gran esfuerzo que le suponía, y las contadas ocasiones que lograba conseguirlo, únicamente lograba atisbar un amasijo de sombras sin demasiado sentido.

Cuando esto ocurría se dejaba ir. Se abandonaba a aquellas presencias que una y otra vez volvían desde las tinieblas de su mente.

«Eres demasiado joven para ser vieja. No necesitas que te lo digan, quieres ver las cosas como son. Sabes exactamente lo que hacemos».

La cama le parece como una blanca barcaza fúnebre… pero no es blanca.

¿Por qué la recuerda blanca, si no es más que un inmundo catre tirado en el frío suelo de un oscuro sótano?

 ¿Porque aquello era un catre, o no lo era?

¿O acaso era un hueco desnudo en la tierra donde fue arrojada sin piedad?

Porque así se sentía, desnuda y fría, inmóvil como una raíz que asoma bajo la tierra removida. Sombras de otro mundo se movían a su alrededor, cayendo sobre ella para realizar extrañas prácticas.

«Solo haré esto, sobre todo haremos esto. Fui el gato que atrapó al ratón»

El olor… ese sucio olor indefinido… el olor del miedo… del sudor… de la humedad… el olor de aquellas sombras… ¿o era su propio olor lo que creía recordar?

¿Por qué era ese olor lo que más claramente le embriagaba desde el abismo?



Cavaban hasta lo más sagrado de su cuerpo de tierra mojada. Las raíces le hacían daño cuando arañaban su interior.

¿O eran mordientes gusanos, o escamadas serpientes que anhelaban con ahínco la humedad que guardaba bajo la primera capa reseca?

¿Estaba en un agujero, o ella era el agujero?

Esa hedionda sombra se le echaba encima cuando las serpientes, los gusanos y las raíces horadaban sin descanso, desecando la tierra de su cuerpo de polvo y piedra. Y esa sombra era la única que pronunciaba palabras en su arrastrado siseo de serpiente.

«Ahora los hurones harán sus nidos dentro de tu madriguera, y comerán de ti hasta quedar hartos y entonces, solo entonces, abandonarán tus restos. Solamente cuando ya nadie los quiera».

La oscuridad es tranquila… sucumbir a la tentación de caer en ella promete consuelo después del sufrimiento…

Hasta que despertó en la cama de aquel hospital…

El paisaje de su corazón se cubrió de nubes, lo encontró yermo, húmedo de agrias lágrimas de dolor.

Desde que aquellas malolientes sombras se llevaron el sol.

Desde que se enteró que tras ser dada por muerta la tiraron en una cuneta como se arroja la basura que ni las ratas ansían.

Desde que estuvo al corriente de que habían estado abusando de ella durante semanas, manteniéndola drogada con potentes sicotrópicos.

Desde que supo que el hilo de vida que la mantenía en este mundo no era la única vida que albergaba en su interior.
                   


                                                                                          Continuará...

 


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