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Un post de Catulopio |
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Imagen cortesía de "Balasero" |
Pasé al cajero, y lo
primero que me chocó fue ver que el empleado estaba comiéndose las uñas. Impresentable. Ni siquiera me preguntó qué
necesitaba, igual, yo le pasé mi documento.
—Hola…
disculpe… —dije.
Él seguía
ensañado con su manicura rústica, hasta el momento que vio mí mano. Con una
velocidad indómita me agarró con los restos de sus dedos, no tenía uñas, ni
falanges. Sangre. Tiré con fuerza, pero no pude zafar. Se abalanzó sobre mi
muñeca derecha y de una dentellada llegó hasta el hueso. Me escapé hasta el hall, que para mi sorpresa estaba
desolado.
Tenía
calor. Se escuchaba al empleado de la caja golpearse contra el vidrio; los
sonidos acuosos revotaban por todo el lugar. La temperatura en mi cuerpo
ascendía a tal punto que tuve que sacarme la remera.
La gente
se amontonó en el exterior del banco y un oficial entró con su arma apuntando a
mí cabeza.
—¡Alto! —gritó.
Intenté
responder, no pude. Me estaba convirtiendo en algo que no era. Desde el momento del ataque comencé a sentir hambre.
Mucha hambre, y él podía ayudarme.
Me acerqué
unos pasos y me disparó, rozando mi cabeza.
—¡Quieto, monstruo!
Me frené
sin entender por qué me decía así. La gente se tiró al piso. Otros oficiales se
apostaron en la entrada. Sabía que no podía moverme, pero el apetito seguía
ahí, latente. Necesitaba saciarme.
Si daba
otro paso terminaría con la cabeza despedazada. Así que miré mi brazo y por un
momento pensé en comerme. Unos segundos después dejó de ser un pensamiento:
estaba desgarrándome a mordiscones.
Un poco me
había calmado, pero era el inicio. El primer plato.
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